La
definición de cambio climático no incluye, desde luego, las tan
sonadas batallas políticas que tienen lugar en la superficie
terrestre. En realidad, este fenómeno actúa constantemente mediante
interacciones silenciosas en la atmósfera, en la que la estructura
molecular de algunos gases atrapa el calor que, de otro modo, se
expulsaría al espacio. Si se malinterpreta lo químico, no importa
cuántos acuerdos históricos sobre el clima se firmen o cuántos
discursos se pronuncien. Puede que Estados Unidos haya realizado una
mala interpretación de lo químico. Una muy equivocada.
Existe
un gas de efecto invernadero que todo el mundo conoce: se trata del
dióxido de carbono, que es lo que se obtiene cuando se queman
combustibles fósiles. Nosotros hablamos sobre un «precio del
carbono» o debatimos sobre un impuesto al carbono; nuestros líderes
presumen de «reducciones de dióxido de carbono». En cambio, durante las
pasadas semanas, el hermano pequeño y travieso del CO2 ha
protagonizado algunos titulares importantes. Te presento al metano,
también conocido como CH4.
En
el mes de febrero, varios investigadores de Harvard publicaron un
controvertido artículo en Geophysical Research Letters.
Basándose
en los datos recogidos por satélite y en las observaciones a pie de
campo, estos expertos concluyeron que se estaba filtrando metano en
cantidades masivas a través de todo el territorio del país.
Entre
2002 y 2014, los datos mostraban que las emisiones de metano del país
estadounidense se incrementaron en más de un 30 %, lo que
explica un grandísimo aumento del 30 al 60 % del metano en la
atmósfera de todo el planeta.
Cuando
nuestros líderes se han preocupado por el cambio climático, se han
centrado únicamente en el CO2. En parte debido a ello, las centrales
de energía térmica de carbón han empezado a cerrarse a lo largo del país. En
su gran mayoría han sido reemplazadas por aquellas en las que se
quema gas natural, cuyo principal componente es el metano. Como
quemar gas natural libera mucho menos dióxido de carbono que quemar
carbón, las emisiones de CO2 han empezado a encaminar poco a poco su
tendencia a la baja, lo que hace que los políticos reciban un
aplauso. En cambio, estos nuevos datos de Harvard, que surgen poco
después de otras investigaciones aéreas en las que se muestra una
gran filtración de metano, sugieren que nuestras nuevas
infraestructuras de gas natural han supuesto una hemorragia de metano
liberado a la atmósfera en cantidades récord. Cada una de las
moléculas de este metano que no se quema es muchísimo más eficaz a
la hora de atrapar el calor que el dióxido de carbono.
La
Agencia estadounidense de protección del medioambiente (EPA, en sus
siglas en inglés) insistió en que este hecho no se estaba
produciendo, que el metano se encontraba en declive, al igual que el
CO2. Sin embargo, parece que, tal y como algunos científicos venían
insistiendo desde hace años, la EPA estaba equivocada. Tremendamente
equivocada. Este error representaría el equivalente a que la Bolsa
de Nueva York anunciase mañana que el índice Dow Jones no se
encontraba realmente en 17 000; su software ha estado fallando y
tu fondo indexado se sitúa en realidad en los 11 000 puntos.
Estas
filtraciones son lo suficientemente grandes como para acabar con
muchísimos de los beneficios en el cambio climático que se han
conseguido gracias al trabajo del gobierno de Obama, todas aquellas
minas de carbón cerradas y todos aquellos vehículos
eficientes en el uso de combustible. La historia del metano es toda una
contradicción de todo lo que nos hemos estado diciendo a nosotros
mismos, sin mencionar lo que hemos estado contando al resto del
planeta. Debilita las promesas que hicimos en las conversaciones
sobre el clima en París. Es un desastre, uno que parece decidido a
extenderse.
El
gobierno de Obama parece estar dándose cuenta por sí solo del
problema. En invierno, la EPA empezó a revisar sus cálculos sobre
el metano y, a principios de marzo, Estados Unidos llegó a un acuerdo
con Canadá para poner en marcha la ardua tarea de sellar algunas de
las fugas de todas estas nuevas infraestructuras de gas. Pero ninguna
de estas medidas llega a la raíz del problema, la rápida expansión
de la fracturación hidráulica o fracking. El dióxido de carbono es
el responsable de buena parte del calentamiento del planeta, pero no
el único. Es el momento de tomarse el metano en serio.
*
* *
Para
entender cómo hemos llegado aquí, es necesario recordar cuál es la
impresión que muchas personas tienen acerca del gas natural o mesías
procedente del fracking, incluidos los ecologistas. En el momento en
el que George W. Bush tomó posesión del poder en Washington, el uso
del carbón ascendía tanto en Estados Unidos como en el resto del
globo. Barato y abundante, se trataba del negocio seguro con mayor
presencia en el increíble crecimiento de la economía de China,
donde, según algunas estimaciones, se abría una nueva central de
electricidad térmica cada semana. El boom del carbón no solo
implicaba cielos grises en Beijing; implicaba que la nube invisible
de dióxido de carbono del planeta estaba creciendo más rápidamente
que nunca y con ella también la confirmación del trágico
calentamiento global.
De
esta manera, muchísimas personas percibieron como una buena noticia
que los buscadores de gas natural empezasen a expandir el fracking
rápidamente durante la última década. Esta técnica implica
explotar el subsuelo geológico para que así el gas pueda filtrarse
al exterior a través de los nuevos poros abiertos; su refinamiento
hace aflorar nuevos depósitos de esquisto a lo largo de todo el
continente —el más importante de ellos es la formación Marcellus,
que comprende desde Virginia Occidental hasta Pensilvania y Nueva
York—. Las cantidades de gas que los ecologistas han indicado que
pueden estar disponibles son tan grandes que se miden en billones de
metros cúbicos y en siglos de abastecimiento.
La
aparentemente buena nueva era que al quemar gas natural, este libera
la mitad de dióxido de carbono que el carbón. Según este
razonamiento, una central de electricidad que quemaba gas natural
sería por lo tanto la mitad de perjudicial para el calentamiento
global que una central eléctrica que quemaba carbón. El gas natural
era también barato, así que, desde el punto de vista de un
político, el fracking representaba una apuesta segura. Podías
apaciguar a los ecologistas con su incesante martilleo sobre el
cambio climático sin tener que correr con los gastos de la
electricidad. Sería menos doloroso para el medio ambiente, el
equivalente a perder peso por cortarte el pelo.
Y
parecía incluso mejor que eso. Si fueras el presidente Obama y
hubieras heredado una economía muerta, el boom del fracking
representaría una de las pocas ventajas económicas. No solo
proporcionó un empleo a muchas personas, sino que el gas natural con
un precio bajo había empezado también a alterar la ecuación de la
economía del país: los empleados en el sector de la fabricación
estaban de hecho volviendo desde el extranjero atraídos por una
novedosa y abundante energía. En su discurso sobre el Estado de la
Unión, Obama declaró que los nuevos suministros de gas natural no
solo perdurarían en el país durante un siglo, sino que crearían
también 600 000 puestos de trabajos nuevos hasta finales de esa
década. En su discurso de 2014, anunció que «los empresarios
planeaban invertir casi 100 000 millones de dólares en las
fábricas que usan gas natural», y se comprometió a «reducir los
trámites burocráticos» para hacerlo posible. De hecho, la
revolución del gas natural había supuesto un tema recurrente de su
política energética, la herramienta que hizo sus restricciones del
carbón agradables. Obama nunca se mostró tímido a la hora de
atribuirse al menos parte del boom. La financiación pública para
investigar, declaró en 2012, «ayudó a desarrollar las tecnologías
que permitieron extraer todo este gas natural de las rocas de
esquisto» —recordándonos que el apoyo del gobierno es crucial
cuando se trata de ayudar a las empresas a extraer del subsuelo
nuevas ideas energéticas—.
Obama
disponía de muchísima ayuda para vender el gas natural, de la
industria de los combustibles fósiles a los ecologistas, al menos
durante un tiempo. Robert Kennedy Jr., que contaba con una enorme
credibilidad como fundador de la organización medioambiental
Waterkeeper Alliance y abogado del equipo del Consejo de Defensa de
Recursos Naturales, redactó en 2009 una oda a la «revolución…
Durante los dos últimos años [que] habían dejado a Estados Unidos
inundado de gas natural y habían hecho posible eliminar la mayoría
de nuestra dependencia del mortífero y destructivo carbón casi
repentinamente». Mientras tanto, el durante tanto tiempo director
ejecutivo de la organización ecologista Sierra Club, Carl Pope, no
solo había aceptado 25 millones de dólares de una de las
grandes empresas de fracking del país, Chesapeake Energy, para
fundar su organización, sino que también había realizado
apariciones en público con el director general de la empresa para
pregonar las ventajas del gas, «un excelente ejemplo de un
combustible que puede producirse de un modo limpio, y que no debe
desperdiciarse». (parece que este director general, Aubrey
McClendon, se suicidó a principios de marzo al estrellar su coche en
el terraplén de un puente unos días después de haber sido acusado
por manipulación de licitaciones). Exxon estaba aparentemente de
acuerdo también: adquirió XTO Energy, convirtiéndose de la noche a
la mañana en la mayor empresa dedicada al fracking del mundo y
permitiéndose decir que estaban contribuyendo a reducir las
emisiones de gases.
Por
un fugaz y brillante instante, no podrías haber pedido más. Como
Obama declaró en una sesión conjunta del Congreso, «el desarrollo
del gas natural generaría puestos de trabajo y vehículos
eléctricos, además de industrias más limpias y con costes menores,
lo que demuestra que no hemos tenido que elegir entre nuestro
medioambiente y nuestra economía».
*
* *
A
no ser que, por supuesto, dé la casualidad de que vivas en una zona
en la que se practica el fracking, lugar en el que las pesadillas
acaben de empezar a desatarse. En las últimas décadas, la mayoría
de exploraciones de petróleo y gas estadounidenses se han
concentrado en el Oeste del país, a menudo alejadas de los sitios
habitados. Cuando se daba algún problema, los políticos y los
medios de comunicación de estos estados les prestaban un poco de
atención.
Por
el contrario, la formación Marcellus se encuentra debajo de uno de
los estados del Este con mayor densidad de población. No hace mucho
que historias sobre la contaminación de las tierras de cultivo y del
agua potable debidas a los químicos empleados en el fracking han
empezado a aparecer en los medios nacionales. En el valle Delaware,
después de que una empresa intentara alquilar su granja familiar, un
joven director llamado Josh Fox produjo uno de los documentales sobre
medioambiente que se convirtió en un clásico, Gasland, el cual se
hizo famoso enseguida por su escena de un hombre prendiendo fuego al
metano que salía de su grifo de agua.
Esta
denuncia ayudó a impulsar un movimiento al principio pueblo por
pueblo, después estado por estado y poco después en regiones
enteras. El activismo tuvo su mayor auge en Nueva York, donde los
habitantes podían mirar a lo largo de la frontera con Pensilvania y
ver los estragos que el fracking ocasionó en la naturaleza. Cientos
de grupos siguieron ejerciendo la misma presión que acabó convenciendo al gobernador Andrew Cuomo para prohibir la fracturación
hidráulica. Antes de que esto sucediera, los grupos de ecologistas
más importantes se retractaron bastante de su anterior apoyo al
fracking: el nuevo director ejecutivo de Sierra Club, Michael Brune,
no solo devolvió los 30 millones de dólares de posibles donaciones
de empresas dedicadas al fracking, sino que se volvió totalmente
contrario a la práctica. «El club tiene que… Defender con más
fuerza el menor uso posible del gas», declaró. «No vamos a
callarnos en lo que se refiere a esto». En cuanto a Robert Kennnedy
Jr., ya en 2013 se refería al gas natural como una «catástrofe».
Por
último, puede que uno de los resultados más importantes del
movimiento contrario al fracking haya sido el hecho de que
consiguiera llamar la atención de un par de científicos de la
Universidad de Cornell. Robert Howarth y Anthony Ingraffea, quienes
vivían en el extremo norte de la formación Marcellus, se
interesaron por las protestas. Mientras el resto de personas se
centraban solo en los problemas a nivel local —¿Se habrán
introducido los químicos del fracking en el suministro de agua?—,
ellos decidieron indagar más detalles sobre una pregunta a la que
nunca se había prestado mucha atención: ¿Cuánto metano se estaba
filtrando sin que nos diéramos cuenta debido a estas maniobras del
fracking?
Porque
he aquí el lado desafortunado del metano: aunque al
quemarse solo produce la mitad de dióxido de carbono que el carbón,
si no se hace esto —si pasa al aire antes de poder capturarse en
una tubería o se escapa a cualquier otro sitio durante su camino
hasta una central de electricidad o su horno—, retiene el calor en
la atmósfera con una eficacia mayor que la del CO2. Howart e
Ingraffea empezaron a redactar una serie de artículos en los que
denunciaban que incluso con que un pequeño porcentaje del metano se
filtrara, quizás tan insignificante como un 3 %, el gas
procedente de estas prácticas dañaría el clima más que
el carbón. Sus primeros datos mostraron que las tasas de filtración
podrían alcanzar por lo menos dicho límite, y que, de hecho,
alrededor de un 3,6 % y 7,9 % del gas
metano procedente de las tareas de perforación de esquisto se
escapaba a la atmósfera.
Decir
que nadie con poder quiso escuchar estos datos se habría quedado
corto. La industria atacó directamente a estos dos científicos; un
grupo comercial denominó a su estudio «el último ataque gratuito
de la torre de marfil a la exploración del gas de esquisto». La
mayoría de los negocios energéticos compartieron esta declaración.
Un equipo del MIT, por ejemplo, acababa de terminar un informe
financiado por este sector en el que se descubrió que «el impacto
medioambiental del desarrollo del esquisto constituía un desafío,
pero que se podía manejar»; uno de sus principales autores, un
experto en energía de esta institución, Henry Jacoby, declaró que
la investigación de la Universidad de Cornell era «muy pobre».
Otro de sus autores, Ernest Moniz, tomaría pronto el mando de la
cartera de Energía de Estados Unidos; en sus audiencias públicas
del año 2013, alabo el «increíble crecimiento» del gas natural
como una «revolución» y se comprometió a aumentar su uso
doméstico.
El
problema para el establecimiento del fracking era que la nueva
investigación seguía dando la razon a Howarth e Ingraffea. En enero
de 2013, por citar un ejemplo, los vuelos aéreos sobre las cuencas
de Utah en las que se practicaba el fracking descubrieron tasas de
fugas de hasta un 9 %. «Esperábamos encontrar mayores
niveles de metano, pero no creo que nadie pueda realmente hacerse a
la idea de la verdadera magnitud de lo que vimos», declaró el
responsable del estudio. En cambio, este trabajo no representaba más
que un fragmento, una sola área en un determinado momento, mientras
que otros estudios —a menudo realizados con los datos
proporcionados por el sector— presentaban unos números menos
elevados.
Esta
es la razón por la que el estudio de la Universidad de Harvard del
pasado mes nos hizo quedarnos atónitos. En él se emplearon datos de
un satélite que había recorrido durante más de diez años todo el
país para demostrar que las emisiones estadounidenses de metano se
habían disparado un 30 % desde 2002. La EPA
había estado insistiendo durante dicho periodo en el hecho de que
las emisiones de metano estaban descendiendo, pero este dato
resultaba obviamente incorrecto —a gran escala—. De hecho, las
emisiones «son considerablemente mayores de lo que teníamos
entendido», admitió a principios de marzo la administradora de la
EPA Gina McCarthy. El estudio de Harvard no tenía como objetivo
mostrar por qué las emisiones estadounidenses de metano estaban
aumentando. En otras partes del globo, como una nueva investigación
aclara, el ganado y los pantanos parecen ser las responsables de la
aceleración de estas emisiones. Sin embargo, el drástico aumento
que los satélites registraron coincidía casi perfectamente con la
época de auge del fracking.
Para
empeorar las cosas, durante ese periodo de tiempo los expertos se
preocupaban cada vez más de los efectos del metano en la atmósfera
sin importar cuál fuera la cantidad. Todo el mundo coincidía en que
cada molécula de metano retenía mucho más calor que el CO2, pero
no se sabía exactamente cuánto. Una de las razones de que las
estimaciones de la EPA sobre las emisiones de gases de efecto
invernadero experimentara tal aumento era que, siguiendo
procedimientos estandarizados, la agencia estaba asignando un valor
bajo al metano, así como midiendo su impacto a lo largo de un
periodo de 100 años. Por el contrario, una molécula de metano
permanece solo durante unos 20 años en el aire comparado con los
siglos del CO2. Esto son buenas noticias, ya que los efectos del
metano son pasajeros —y muy malas noticias porque ese efecto
pasajero pero intenso se está produciendo justo ahora, momento en el
que destruimos el clima del planeta—. La vieja química de la EPA y
la franja de 100 años asignó al metano un poder calorífico de
28 a 36 veces mayor que el del dióxido de carbono; un dato
más preciso, en palabras de Howarth, se situaría en torno a
potencia entre 86 y 105 veces superior a la del CO2 durante los
próximos diez o veinte años.
Si
combinas las estimaciones de Howarth sobre las tasas de fuga y
los nuevos valores estándar del potencial del metano para retener el
calor, la imagen del total de emisiones de gases de efecto
invernadero de Estados Unidos varía mucho: en lugar de alcanzar su
máximo en 2007 y disminuir posteriormente como la EPA había
mantenido, el conjunto de emisiones de metano y dióxido de carbono
se ha disparado cada vez más durante el gobierno de Obama, según la
declaración de Howarth. Se han cerrado centrales de carbón y se han
abierto fugas de metano, y el resultado es que el panorama ha
empeorado.
Cuando
Howarth se convirtió en un enemigo público del fracking, llevé los
datos de Harvard al especialista en políticas climáticas Dan Lashof
para que pasaran por un árbitro completamente objetivo. Doctor por
la Universidad de California en Berkeley y anteriormente miembro de
los círculos más próximos a las políticas climáticas desde casi
sus inicios, Lashof había colaborado en la redacción de informes
del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático y
esbozado el plan del gobierno de Obama para acabar con la
contaminación de las centrales de carbón. El durante tanto tiempo
cabeza del Programa de Aire Limpio en el Consejo de Defensa de los
Recursos Naturales ahora es funcionario responsable de operaciones de
la organización NextGen Climate America del multimillonario Tom
Steyer.
«El
artículo de Harvard es importante», afirma Lashof. «Son los datos
nuevos más convincentes que he visto en los que se muestra que las
estimaciones de la EPA sobre las tasas de fugas de metano son mucho
más bajas. Creo que este artículo señala que las emisiones de
gases de efecto invernadero de Estados Unidos pueden haberse
incrementado en los últimos diez años si te centras en el conjunto
de impactos en el calentamiento a corto plazo».
Según
el peor de los escenarios, aquel en el que se presume que el metano
es extremadamente potente y rápido, Estados Unidos ha aumentado solo
ligeramente sus emisiones de gases de efecto invernadero de 2005 a
2015. Esto es lo que representa el gráfico que aparece abajo: la
línea azul muestra lo que los estadounidenses nos hemos estado
contando a nosotros mismos y al mundo sobre nuestras emisiones, que
están descendiendo. La línea roja, los cálculos del peor de los
casos obtenidos a partir de los nuevos números, muestra todo lo
contrario.
Lashof
sostiene que debe hacerse una lectura más moderada de los números
(calcular, por ejemplo, el impacto del metano a lo largo de 50 años).
Pero incluso esta estimación, una en la que se atribuye una menor
liberación de metano al fracking, borra tan solo tres quintas partes
de las reducciones de gas que Estados Unidos ha estado atribuyéndose.
Esta revisión más modesta está representada en el gráfico por la
línea amarilla; en ella se muestra que el país ha reducido sus
emisiones de gases de efecto invernadero, pero que por ahora no
estamos tan cerca de lo que se había pensado.
El trazo de las líneas es probablemente menos regular que el recogido
en las gráficas; otros estudios aportarán más detalles llegando
incluso a transformar los cálculos. Sin embargo, cualquier lectura
de los nuevos datos ofrece una versión muy diferente de nuestra
historia reciente. Entre otras cosas, cualquiera de las situaciones
reduce las cifras que los estadounidenses han negociado en el
acuerdo de la cumbre del clima en París. Es más decepcionante que
el hecho de haber descubierto el año pasado que China había
subestimado su uso de carbón, puesto que ahora parece que el país
chino está recortando drásticamente el uso de este material. Si los
datos de Harvard sientan ejemplo y continuamos realizando prácticas
de fracking, será casi imposible que para el año 2025 Estados
Unidos alcance su meta prometida de un 26 a un 28 %
de reducción de gases de efecto invernadero teniendo en cuenta los
niveles de 2005.
Una
conclusión evidente que surge a raíz de los nuevos datos es que
necesitamos actuar con determinación para sellar tantas fugas de
metano como sea posible. «El mayor asunto pendiente del gobierno de
Obama es establecer normas estrictas acerca de las emisiones de
metano de los [pozos y lugares de perforación] existentes», señala
Lashof. Se trata de la tarea que Obama y el primer ministro
canadiense Justin Trudeau prometieron abordar en su cónclave de
marzo —aunque llegado el momento le toca a la EPA redactar el
borrador de las nuevas normas, es probable que sea mucho después de
la marcha de Obama cuando algo suceda, y el sector de los
combustibles fósiles ha prometido rebatir la nueva legislación—.
Además,
es más fácil hablar de frenar las fugas que hacerlo; después de
todo, el metano es un gas, lo que implica que es difícil evitar que
se escape. Teniendo en cuenta que el metano es invisible e inodoro
(las máquinas inyectan un químico independiente para concederle un
olor distintivo), se necesitan sensores especiales incluso para las
fugas que pueden medirse. Las catastróficas explosiones como la
recientemente ocurrida en Porter Ranch en California liberan mucho
metano en el aire, pero incluso estos incidentes son de menor
importancia comparados con el flujo de millones de tuberías,
soldaduras, codos o válvulas ubicadas a lo largo de todo el
continente —en especial las de aquellas relacionadas con
operaciones de fracturación hidráulica, los cuales implican la
voladura de rocas para crear grandes poros que constituyen puntos de
fuga—. Un equipo del gobierno canadiense examinó el conjunto del
proceso hace un par de años y obtuvo conclusiones desesperanzadoras.
Naomi Oreskes, miembro de este equipo, invita a reflexionar sobre el
sellado con cemento de las tuberías de perforación: «Suena a que
debe ser fácil sellar con cemento, pero la frase en la que nos
quedamos es “un desafío de la ingeniería sin resolver”. El
problema técnico es que cuando introduces cemento en un pozo y el
material se solidifica, se encoge. Puedes tener agujeros en el
cemento. Todos los pozos presentan fugas».
Con
esto en mente, la otra conclusión que se vierte de los nuevos datos
resulta incluso más obvia: necesitamos frenar la industria del
fracking inmediatamente, en Estados Unidos y en el resto del mundo.
Howard afirma que incluso teniendo en cuenta los números optimistas
de que todas las posibles fugas se sellasen, las emisiones de metano
seguirían aumentando si continuamos con el fracking.
Si
no realizamos estas fracturaciones hidráulicas, ¿qué haríamos en
su lugar? Hace diez años la alternativa realista la constituían el
gas natural y el carbón. Pero esta alternativa ya no es apropiada:
durante esos 10 años, el precio de un panel solar ha caído al menos
un 80 %. Los nuevos inventos, como las bombas de calor con
fuente de aire, las cuales emplean el calor presente en el aire para
calentar o enfriar hogares, y las baterías de almacenamiento de
electricidad, están disponibles. Hemos alcanzado el punto en el que
Dinamarca es capaz de generar el 42 % de su energía a partir
del viento y en el que Blangladesh está planeando poner paneles
solares en todas las ciudades del país en los próximos cinco años.
Dicho de otra manera, hemos llegado al punto en el que la idea del
gas natural como un «combustible puente» a un futuro renovable es
un eslogan de marketing y no una demanda realista (incluso si esa es
precisamente la frase que Hilary Clinton utilizó para defender el
fracking en un debate a principios de marzo).
Uno
de los efectos adversos del boom del fracking que plantea más
problemas es, de hecho, que la expansión del gas natural ha
recortado el mercado de lo renovable, impidiéndonos instalar molinos
de viento y paneles solares a su debido ritmo. Joe Romm, un analista
climático del Center for American Progress, ha estado siguiendo más
de cerca que nadie la pista de numerosos estudios económicos. Romm
señala que incluso aunque se redujesen las tasas de filtración de
metano a cero, el gas procedente de esta práctica (el cual debes
recordar que es el responsable de un 50 % del nivel de CO2
emitido por el carbón al quemarlo) ayudaría un poco a reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero, puesto que sería
reemplazado en su mayoría por energía verdaderamente limpia. En
2014, un fórum en Standford reunió a más de una docena de equipos
de expertos, cuyos modelos mostraron que cuanto más se retrasase un
futuro sostenible barato, más abundante sería el gas. «Acabar con
las emisiones de gases de efecto invernadero quemando gas es como
estar a dieta y comer galletas con chocolate bajas en grasas»,
explicó el principal investigador de este fórum. «Si realmente
quieres perder peso, probablemente tengas que evitar cualquier tipo
de galletas».
Por
supuesto, si eres una empresa de galletas, esto no es lo que quieres
escuchar. Los Exxons tienen más de un hilo político que los
Keeblers. Por mencionar solo un pequeño ejemplo, quien
posteriormente se convertiría en vicesecretaria de Energía y Cambio
Climático, Heather Zichal, dirigió durante su primera legislatura
un grupo de trabajo que actuó en varias agencias con el objetivo de
promocionar el desarrollo del gas natural destinado al uso doméstico.
El grupo de trabajo se había formado por la presión del Instituto
estadounidense del Petróleo, el lobby más importante del sector del
combustible, y Zichal declaró en un discurso de una reunión de este
instituto lo siguiente: «Es difícil sobrestimar cuánto gas
natural, o nuestra habilidad para acceder a las cantidades más
grandes jamás alcanzadas, se ha convertido en un factor de cambio
del juego, y por ello se ha instalado en la estrategia de energía de
"un poco de todo” del presidente». Zichal dejó su cargo
en la Casa Blanca en 2013, y un año después, consiguió un nuevo
puesto de trabajo en la junta directiva de Cheniere Energy, un
exportador líder de gas extraído a partir del fracking. En este
puesto en el que ganaba 180 000 dólares al año, se unió al
anterior jefe de la CIA John Deutch, quien había dirigido una
revisión del Departamento de Energía sobre la seguridad de la
práctica del fracking durante los años de presidencia de Obama, y a
Vicky Bailey, una comisaria de la Comisión Nacional de Regulación
de la Energía durante el mandato de Bill Clinton. Así es como
funciona.
*
* *
Existe
un número que suaviza de modo alarmante los datos de Harvard
obtenidos con los satélites: el tremendo y nuevo incremento de
metano procedente de Estados Unidos constituye alrededor de entre un
30 y 60 % del aumento de emisiones globales de este
gas durante los últimos diez años. Dicho de otro modo, el
porcentaje relativamente pequeño de superficie de la Tierra conocido
como Estados Unidos es el responsable de casi todo (si no la mayoría)
del aumento drástico del metano en la atmósfera en todo el mundo.
Otro modo de decirlo es la siguiente: EEUU es el único que ha explotado a gran escala el fracking. Durante este
siglo el país ha sido líder mundial en la era del gas natural, lo
que hizo que liberara más dióxido de carbono en la atmósfera del
siglo XX que cualquier otro país. Así que, gracias a Dios, ahora
que sabemos que existe un problema, podemos advertir al resto del
planeta antes de que se hundan en el mismo camino.
Si
no fuera porque los estadounidenses estamos haciendo todo lo
contrario. Nos hemos convertido en los comerciantes de gas natural
del planeta —y un jugador clave a este nivel podría convertirse en
el próximo presidente de Estados Unidos—. Cuando Hillary Clinton
tomó el control del Departamento del Estado, estableció un brazo
especial, la Oficina de Recursos Energéticos, después de
consultarlo de cerca con los ejecutivos del petróleo y el gas. Esta
oficina de 63 empleados ayudó enseguida a financiar conferencias por
todo el mundo. Mucho más que eso: los documentos diplomáticos
desvelados por WikiLeaks mostraron que la secretaria del Estado
estaba básicamente actúando como intermediaria de cara a la
industria del gas de esquisto, enredando los brazos de los líderes
mundiales para asegurarse de que las grandes empresas estadounidenses
practicasen la fracturación hidráulica a voluntad.
Por
mencionar solo un ejemplo, un
artículo publicado en la revista Mother Jones que se basaba en
los documentos de WikiLeaks revela lo que pasó cuando el fracking
llegó a Bulgaria.
En
2011, el país firmo un acuerdo de 68 millones de dólares con
Chevron, cediendo a la empresa millones de hectáreas en concesiones
de gas de esquisto.
La
población búlgara no estaba contenta: cientos de ciudadanos se
echaron a las calles de Sofia con pancartas en las que se leía «Stop
Fracking With Our Water» .
En
cambio, cuando en 2012 Clinton acudió al país para una visita de
estado, se puso del lado de Chevron (uno de sus ejecutivos había
donado una gran cantidad de dinero para su campaña presidencial en
2008). De hecho, los documentos filtrados muestran que el principal
tema de las reuniones de la secretaria con los líderes búlgaros era
el fracking.
Clinton
se ofreció a que volaran al país europeo los «mejores
especialistas de estas nuevas tecnologías para que presentasen los
beneficios a la población búlgara», y envió a su mensajero
eurásico de la energía Richard Morningstar para que ejerciera
presión contra la prohibición del fracking en la vecina Rumanía.
De
momento, ganaron aquellas batallas —y, a día de hoy, el
Departamento de Estado proporciona «asistencia» en lo que se
refiere al fracking a decenas de países de todo el mundo, desde
Camboya a Papúa Nueva Guinea—.
Así
que si Estados Unidos atraviesa una etapa terrible siguiendo la pista
de sus fugas de metano y sellándolas, imagínate cómo les va a los
búlgaros. Si Canadá estima que las fugas selladas constituyen un
«desafío de la ingeniería sin resolver», imagínate cómo se las
va a apañar Camboya. Si el Departamento del Estado se sale con la
suya, en unos cuantos años los satélites de Harvard no pararán de
contabilizar pozos surtidores de metano.
*
* *
Por
supuesto, podemos —y quizás deberíamos— perdonar todo este
pasado. La información sobre el metano es relativamente nueva;
cuando Obama, Clinton y Zichal empezarón a apoyar el fracking, no
tenían ni idea de ello. Podrían haber reculado algo más temprano,
como Kennedy o Sierra Club. Pero lo que hagan ahora será decisivo.
Existen
unas cuantas señales esperanzadoras. Clinton ha calmado al menos su
entusiasmo por el fracking en algunos de los últimos debates,
enumerando varios requisitos en los que insistiría de ahora en
adelante para aprobar nuevos proyectos; Benie Sanders, por el
contrario, ha solicitado una suspensión de las nuevas perforaciones
de fracking. Sin embargo, Clinton sigue mezclando y confundiendo la química de los GEI: en un documento expositivo publicado recientemente
declara que el gas natural ha ayudado a que las emisiones de dióxido
de carbono «alcanzaran su nivel más bajo en 20 años». Parece que
a muchos de los que se encuentran en el poder les gustaría seguir
adelante con la revolución del fracking, si bien lo harían con un
poco más de cuidado.
De
hecho, el mes pasado Cheniere Energy envió la primera carga de gas
estadounidense al otro lado del océano desde su nueva terminal de
exportaciones ubicada en Sabine Pass, Luisiana. Cuando el barco
zarpaba, la vicepresidenta de marketing de Cheniere, Meg Gentle,
señaló al sector y a las autoridades del Gobierno que el gas
natural debería reetiquetarse como una energía renovable. «Reto a
todos los aquí presentes a acotar de nuevo el debate y asegurarnos
de que el gas natural se integra en una categoría de energía
limpia, no en la categoría de combustibles fósiles, la cual se
considera sucia y no forma parte de la solución», declaró. Pocos
días después, el jefe de relaciones públicas de Exxon escribió un
artículo en Los Angeles Times en el que se enorgullecía de que la
empresa hubiera resultado «crucial en la revolución estadounidense
del gas de esquisto», y que como resultado, «las emisiones de gases
de efecto invernadero de Estados Unidos se hubieran reducido a
niveles que no se alcanzaban desde 1990».
Los
nuevos datos demuestran que estaban totalmente equivocados. La lucha
del calentamiento global ya no puede librarse solo en el terreno del
dióxido de carbono. Aquellos ecologistas que actuaban a nivel local,
de Nueva York a Tasmania, y que se las habían apañado para que se
pusieran en vigor prohibiciones del fracking están haciendo tanto
por el clima como lo que hacen por su propia agua limpia. Esto se
debe a que los combustibles fósiles son el problema del
calentamiento global; los combustibles fósiles no se «fabrican»
con buenos o malos sabores. El carbón, petróleo y gas natural
tienen que dejarse en el suelo. Todos ellos.
Traducción
del inglés al español realizada por Ana Rubio Ruiz, miembro
de Traductores en Acción, la red de traductores e intérpretes
voluntarios de Ecologistas en Acción.