La industria
energética lleva tiempo insistiendo en que la fracturación
hidráulica, es decir, la técnica de fracturación de la roca para
extraer gas y petróleo de yacimientos a gran profundidad bajo la
superficie terrestre, es segura para las personas que viven en sus
cercanías. Sin embargo, una investigación reciente sugiere que esto
no es del todo cierto para algunos de los seres humanos más
vulnerables: los recién nacidos.
En un estudio
presentado hoy en la reunión anual de la Asociación Estadounidense
de Economía (American
Economic Association)
en Filadelfia, los investigadores Janet Currie de la Universidad de
Princeton, Katherine Meckel de la Universidad de Columbia, y John
Deutch y Michael Greenstone del Instituto Tecnológico de
Massachusetts, examinaron las actas de nacimiento registradas en
Pensilvania desde 2004 a 2011 para poder evaluar la salud de los
bebés nacidos en un radio de 2,5 kilómetros de los lugares donde se
lleva a cabo la fracturación hidráulica de gas natural.
Descubrieron que la proximidad a los lugares del fracking
incrementaba en más de la mitad la probabilidad de que el bebé
naciese con un peso inferior, en un porcentaje de un 5,6% a un 9%,
aproximadamente. La posibilidad de obtener una puntuación baja en el
test de Apgar, un examen en el que se resume la salud del recién
nacido, se duplicaba en más de un 5% en la mayoría de los casos.
El estudio, que aún
no ha sido revisado por otros expertos ni se ha publicado en
Internet, llega en un momento en el que las autoridades estatales y
federales se enfrentan a cómo regular el fracking o incluso, en el
caso del Estado de Nueva York, si permitir el uso de esta técnica.
Gran parte de la investigación disponible está patrocinada o por la
industria energética o por los detractores de la misma. Algunas
investigaciones independientes han descubierto indicios de
contaminación de acuíferos en zonas cercanas a donde se
desarrollaban actividades de fracking. Sin embargo, es complicado
establecer una relación directa entre el fracking y la salud humana,
debido a la falta de información sobre las sustancias químicas que
se utilizan en el proceso y a la dificultad de conseguir historiales
médicos que incluyan datos de residencia.
Currie, quien contó
con financiación económica por parte de la Agencia de Protección
Ambiental de los Estados Unidos (Environmental
Protection Agency)
y la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur, y sus colegas
consiguieron acceder a actas de nacimiento de Pennsylvania que
contenían la latitud y la longitud de las residencias de las madres
y que se correspondían con las ubicaciones de los lugares donde se
desarrollaba el fracking. La investigación profundiza en el trabajo
de Elaine Hill, estudiante doctoranda de la Universidad de Cornell
quien desató la controversia en 2012 con un estudio
(en
inglés) que
revelaba que los bebés nacidos cerca de pozos de gas ya fracturados
presentaban más problemas de salud que los bebés nacidos cerca de
lugares en los que el fracking estaba permitido pero aún no se había
puesto en práctica. Hill criticaba asimismo en su estudio que la
actividad de fracking podría alterar la demografía de una zona,
atrayendo a más madres con mayor probabilidad de dar a luz a niños
con problemas de salud.
La nueva investigación
aborda estas preocupaciones mediante el seguimiento de un grupo
constante de madres que dieron a luz a niños tanto antes como
después del comienzo de la actividad de fracking, controlando si se
observan o no diferencias geográficas en las características
iniciales de la salud de las madres. La investigación pretende
conseguir el rigor de un experimento controlado, centrándose en
madres seleccionadas aleatoriamente para ser expuestas al fracking
según su residencia y fecha de embarazo.
Aunque el estudio
presenta evidencias suficientes de que el fracking tiene efectos
negativos en la salud de los bebés, se necesita investigar más para
saber por qué. Sorprendentemente, la contaminación en el agua no
parece ser la culpable: los investigadores encontraron resultados
similares tanto en madres que tenían acceso a sistemas públicos de
agua potable, controlados con cierta frecuencia, como en madres que
preferían el tipo de pozos privados que tienen más probabilidad de
verse afectados por la actividad de fracking. Otra posibilidad que se
baraja es que lo que perjudica la salud de los bebés es la
contaminación del aire asociada a la actividad de fracking.
El estudio no nos
explica necesariamente si el uso del fracking merece o no la pena.
Los problemas de salud que el fracking causa pueden compensarse con
algunos de sus beneficios, como la generación de más puestos de
trabajo, la bajada en los precios de la energía o la reducción del
uso de carbón u otros combustibles cuando el gas natural pase a
estar disponible. «Teniendo en cuenta la importancia del fracking
para la economía en general, podría considerarse indemnizar a la
gente por los gastos que les supondría desalojar sus hogares en vez
de cesar la actividad de fracking”, comentó Currie.
Aún así, la sola
evidencia de que nuestra demanda de energía barata podría estar
causando daños irreversibles a los niños debería ser motivo para
plantearnos seriamente una pausa.
Traducción del
artículo “Study Shows Fracking Is Bad for Babies”
publicado en Bloomberg el 4 de enero de 2014