Ese
optimismo recuerda a la despreocupada reacción rusa cuando comenzó
la caída de precios: en octubre el presidente Vladimir Putin aseguró
que a «ninguno de los jugadores importantes» le interesaba un
precio del petróleo por debajo de los 80 dólares. Su
autocomplacencia ha llevado a Rusia al borde del abismo. El viernes
Fitch bajó
su calificación crediticia
a sólo un ápice por encima de bono basura y es más que probable
que continúe bajando a medida que el rublo siga devaluándose al
ritmo del desplome del petróleo.
No
suele resultar una buena idea comportarse de forma arrogante en una
guerra de precios. Por definición, todo el mundo va a resultar
herido y cualquier victoria será sólo relativa. El ganador es aquél
capaz de soportar más sufrimiento. Mi apuesta provisional hasta
ahora es para los saudíes y, aunque parezca contradictorio, los
rusos.
Por
el momento el único indicio de retroceso en la producción de crudo
estadounidense es la bajada
en el número de plataformas petroleras operativas
en el país. La semana pasada había llegado a 1750, 61 menos que la
semana anterior y cuatro menos que hace un año. Sin embargo, la
producción de petróleo se mantiene en niveles récords. La semana
del 2 de enero, cuando también se produjo una caída en el número
de petroleras, alcanzó los 9,13 millones de barriles al día, máximo
de los últimos 44 años. Las compañías únicamente paran la
producción en los pozos menos rentables, que sólo aportan unos
pocos barriles al día. Con los precios actuales, no compensan
siquiera el alquiler del equipo. Dado que no se está frenando la
producción, los precios continúan bajando; el barril de Brent se
situó a 48,27 $ y la tendencia es a la baja.
Todo
esto terminará por tener un efecto. Según un análisis
reciente de Wood Mackenzie «un precio de 40 $ o menos por barril de
Brent hará que la producción baje a un nivel que implique una
reducción considerable en la oferta mundial de petróleo. A 40
dólares el barril, 1,5 millones de barriles al día significa una
rentabilidad negativa, siendo los mayores contribuidores diversos
proyectos de arenas petrolíferas en Canadá, seguidos de EE. UU. y
después Colombia».
Esto
no implica que una vez que el Brent llegue a 40 $ (el precio que
prevé
Goldman Sachs tras descartar un cambio de opinión por parte de la
OPEP) la producción de petróleo de esquisto se reduzca de forma
automática 1,5 millones de barriles diarios. Muchas empresas de
fractura hidráulica continuarán produciendo con pérdidas para
servir sus deudas: unos 200 000
millones de dólares
de deuda total, comparable a las necesidades financieras de las
compañías energéticas estatales de Rusia.
El
problema para las empresas de hidrofacturación de EE. UU. es la
imposibilidad de refinanciar dichas deudas si están perdiendo dinero
a espuertas. En algún momento, si los precios se mantienen bajos,
las compañías con mayor apalancamiento se irán a pique y las más
prósperas no podrán absorberlas bien por falta de efectivo o de
confianza de los inversores, necesaria para garantizar una
financiación de la deuda.
Las
insolvencias y la falta de expansión llevarán finalmente a un
recorte en la producción. La Administración de Información de
Energía de EE. UU. mantiene
su predicción
de 9,3 millones de barriles al día para la producción de crudo del
país, 700 000 barriles al día más que en 2014. Pero si el
Brent llega a los 40 dólares, esa estimación se irá por la borda.
Resulta
incluso demasiado optimista hoy por hoy.
Los
saudíes y los Emiratos Árabes Unidos, por su parte, seguirán
bombeando petróleo. Son países, no empresas, y, por tanto, no
pueden cerrar sus puertas sin más y marcharse a casa; tienen
presupuestos que financiar y ningún sustituto del petróleo como
fuente de reservas internacionales. Rusia, el tercer extractor de
petróleo por detrás de los EUA y Arabia Saudí, se encuentra en una
situación mucho más precaria que las monarquías petroleras de
Oriente Medio, aunque semejante: el petróleo es su sangre vital.
Podría
ser una larga y sangrienta batalla con un desenlace incierto. La
oferta y la demanda de petróleo son muy poco
elásticas
respecto al precio a corto plazo. Por tanto, la trayectoria para este
año del precio dependerá en gran medida de las noticias y la
consiguiente reacción de los mercados. Una ola de bancarrotas en la
industria del esquisto seguramente lo eleve, ya que se percibirá
como un factor negativo para la oferta. Sin embargo, resulta
imposible predecir cuánto aumentará. Puede subir lo suficiente para
permitir fusiones en la industria del esquisto en EE. UU.,
proporcionándole un nuevo impulso y creando mayores dificultades
para los miembros de la OPEP, Rusia, México y Noruega. O quizá se
equilibre a un nivel que obligue a Estados Unidos a olvidarse del
boom del esquisto, lo cual tendría consecuencias nefastas para su
recuperación económica.
Acaso
sea hora de que el gobierno estadounidense considere la posibilidad
de subir las apuestas y entrar en esta guerra de precios como un país
soberano. Esto implicaría rescatar a los productores de esquisto o
subvencionarlos de forma temporal. Al fin y al cabo, ahora compiten
con otros estados, no con empresas como ellos.
Traducción del artículo "America's Going to Lose the Oil Price War" publicado el 12/01/15 Leonid
Bershidsky en Bloomberg, realizada por Elia Álvarez, miembro de Traductoras/es en Acción, la red de Intérpretes y Traductoras/es voluntarias/os de Ecologistas en Acción.