jueves, 26 de diciembre de 2013
Fracking, Pungesti y la destrucción de la democracia europea
Un nuevo bosque crece y cubre la colina de quizá 50 años, y su densidad es la única escapatoria, en teoría, de los antidisturbios; su refugio, el único escondite seguro fuera de su vista. Lo demás son solo campos arados. La región de Pungesti es el primer objetivo del violento plan de fracking que pretende llevar a cabo la empresa petrolera Chevron en el suministro de agua de Rumanía, y la explotación se encuentra a tan solo 500 metros del núcleo urbano.
Debajo, una carretera; a un lado, un rectángulo; el solar de lo que será la explotación de fracking, claramente delimitada por una valla. Y la propia valla también es clara; de hecho, es la única estructura clara que se ve en un radio de kilómetros. Aquí, las casas, como la ropa, se heredan de padres a hijos, y los edificios más nuevos se dedican a actividades relacionadas con el campo. Y dichas actividades son antiguas. Al otro lado de la carretera, quizá cien activistas procedentes de otras regiones de Rumanía. Grupos pequeños y coloridos salpicados entre la masa de gente mayor de Pungesti y unos cuantos hombretones de una fábrica local.
Ese mismo día, fuimos recibidos a primera hora por unos de los líderes del movimiento de resistencia, una familia de campesinos, mejor avenidos que el resto y más valientes por ello. Son personas trabajadoras, inteligentes, francas, y ahora son perseguidas. Multas, detenciones; sacaron al padre de su casa a la fuerza y lo detuvieron sin motivo, mientras que uno de los niños volvía a mojar la cama con diez años. No tenía ningún problema, era simplemente por estar traumatizado.
La mujer me cuenta una historia que ya conozco muy bien. Los jóvenes del pueblo sueñan con irse a la ciudad, la mayoría de los adultos viven de los subsidios de desempleo y muchos son alcohólicos. Me sé esta historia de memoria, porque he estado en muchos pueblos de Rumanía donde en algún lugar entre el comunismo y un capitalismo centralizado y explotador, los requisitos básicos para la dignidad humana se habían perdido. Sin embargo, la naturaleza tiene sus formas, su resistencia, su casi indestructibilidad, y de alguna manera estas comunidades siguen saliendo adelante, y la vida no les va tan mal. Incluso con alcoholismo, consiguen trabajar.
Lo que no está tan claro para los lugareños es cómo se supone que va a trabajar la comunidad agrícola sin agua corriente. La narrativa capitalista es clara, como la valla clara que rodea el solar de Chevron. Pero esa valla se viene abajo media hora después, cuando una marea de hombres y mujeres mayores bajan la colina, pasan los antidisturbios y desmontan la bonita estructura de aluminio. Lo claro a veces es frágil, fácil de derribar y de ver a través de ello, incluso para viejos campesinos analfabetos y alcohólicos en paro.
«Podrán matarme pero no me rendiré. ¿Qué derecho tienen los americanos a venir y envenenar nuestras tierras? Me quejaré todos los días si hace falta. Los policías pueden golpearnos también hasta que se cansen. Me golpearon a mí y a mi hijo. Ya estamos acostumbrados a que lo hagan. Tengo 83 años y 4 meses, es decir, hoy cumplo 29 234 días. Lo único que quiero es que esas máquinas vuelvan al sitio de donde vinieron, a América».
El anciano se llama Gheorghe.
Los lugareños se preguntan por qué el gobierno es tan estúpido. Por qué los de Chevron son tan estúpidos. Esa es la palabra que usan. Se preguntan por qué los responsables cualificados no comprenden las matemáticas simples de las comunidades vivas y las necesidades simples de la agricultura práctica. Estos campesinos entienden de dinero, corrupción y codicia pero no entienden por qué los codiciosos y los corruptos no son capaces de ver otras realidades. Se preguntan qué comerá la gente si el 70 % de la superficie de Rumanía se ve afectada por una enorme variedad de explotaciones de fracking. Se trata de una pregunta buena y simple que va más allá del interés de la comunidad local. Se han convertido no tanto en la resistencia confundida y tambaleante que defiende un antiguo modo de vida, sino en unos improbables rebeldes que luchan por una causa para las generaciones futuras. Lo saben, lo dicen con frases sencillas, con expresiones sinceras, casi avergonzados por tener que asumir este papel, pero lo repiten una y otra vez. Y por la noche, cuando escondidos en la oscuridad, los antidisturbios toman el pueblo, ellos reciben golpes.
Hay cierta belleza en las farolas de los pueblos de Rumanía. Los postes de madera y la luz de un amarillo intenso, el reflejo que dicha luz proyecta en los adoquines que pavimentan las calles, la profundidad del cielo, la cantidad de estrellas. Aquí se puede encontrar esta imagen una y otra vez; cada pueblo al que vayas parece ser la misma noche silenciosa que se mece lentamente, la misma oscuridad total, las mismas luces amarillas. Esta noche hay coches y policías armados llenando las calles, algo más rápidos que la oscuridad; el negro de sus duras defensas de plástico se aprovecha de la belleza general. Una anciana encorvada sobre su bastón permanece en mitad de la calle, gritándoles, insultándoles, razonando con ellos con el tipo de razonamiento agresivo que una abuela dirige a las bestias. Mide un metro y medio, su pobreza es extrema y pierdo algo de mi cordura ante la escena que se desarrolla ante mí. Luego, se oyen gritos desde un extremo de la calle; más tarde, otra vez los insultos de la anciana. Gritos, y la anciana y más policías.
Estamos doce en una habitación de la casa de la familia. La esposa cierra con llave la puerta principal y luego las demás. Sus hijos puede que estén asustados, pero también el resto. Hay chicas, unos cuantos chicos, todos nerviosos. Se siente vergüenza al estar escondido mientras se oyen gritos fuera, pero da miedo saber que la seguridad es solo una ilusión y que los policías podrían entrar en la casa en cualquier momento y arrastrarnos a todos hasta uno de los grandes camiones blindados que parecen siniestramente grandes ahí aparcados en aquel camino. Y nos llevarían, en dirección a una lejana y desconocida comisaría. No siento precisamente miedo, los años de lucha lo han convertido en una locura que me es familiar, una aguda relajación siempre que la violencia está presente. Me siento junto a la puerta principal, con una vergüenza algo más profunda por la falta de miedo.
Si mi voluntad de proteger esa puerta es de color rojo oscuro, mi vergüenza es de un rojo infinito, que se remonta a cada rincón de cada recuerdo de mi vida en esta tierra, todo ello relevante para este único momento. Mi respiración es lenta y relajada, mi vergüenza está limpia y clara, la anciana de fuera sigue gritando. Estoy protegiendo la puerta. Y percibo el extrañamente macabro olor de los multiplicadores de la fuerza que se dirigen contra los ancianos campesinos.
Para los que no lo sepan, así se llama una nueva doctrina militar que es particularmente efectiva contra objetivos desarmados, especialmente cuando no se les permite defenderse y sobre todo cuando se desencadena en medio de sus hogares. Se trata de la columna vertebral del imperialismo estadounidense, el martillo que golpea con fuerza e incrusta los clavos del mercado tan profundo como puede. Los clavos de las estrategias de inversión y el capital indiferente, alejados de los detalles de su localización prevista. Clavos incrustados profundamente en la calidad de vida, la calidad de la sociedad y la calidad del desarrollo.
Esfuerzos rentables temporalmente, eso son la extracción de recursos y el consumo de recursos cuando se elimina el valor social. Generan beneficios económicos para una entidad privada pero no se consideran esfuerzos económicos rentables puesto que no generan estructuras estables y crecimiento, ni se consideran uso de los recursos puesto que no se ha puesto en marcha un plan fiable para el uso de dichos recursos, más allá de las simples demandas de consumo del mercado. Cuando se sacrifica la estabilidad local en detrimento del consumo, y se hace esto en todo el mundo, el resultado es una destrucción económica, no un crecimiento económico. Cuando se emplean recursos sin generar estructuras y culturas, se está simplemente desequilibrando un sistema humano que se tardó, por lo bajo, siglos en construir.
Y cuando hay que pisotear los derechos humanos básicos y la constitución de un país para pagar una destrucción económica que no conduce a ningún beneficio duradero, no solo se está desequilibrando el sistema humano local, sino la base legal y cultural de la sociedad y los acuerdos internacionales que defienden los atributos necesarios para la paz, el bienestar y la libertad para construir y expandir prosperidad.
El ejército de antidisturbios invasores, su paso oscuro y medido que deja huella en este pueblo, se trata de una forma innecesariamente estética de carrera sin sentido por la extracción y distribución de los recursos; distribución que tiene lugar allí donde se pueda obtener el mayor beneficio económico en cualquier momento. Y los lugares que requieren mayor cantidad de recursos y se pueden permitir pagar más tienden a estar ya sobre-desarrollados y desequilibrados y ya no pueden generar más crecimiento estructural.
Históricamente, estos centros no suelen contribuir mucho a la cultura global de prosperidad. Debido a la distribución de los recursos al mero «consumo libre» en lugar de a un uso responsable, las localidades con potencial para un desarrollo estable continúan estando subdesarrolladas o caen presa del capitalismo de «tierra quemada», mientas que los centros de consumo emplean toda su red de energía disponible y tierra fértil. Este es el resultado de una economía planeada (de forma nada inteligente), no de un mercado libre; cuando hay que incumplir constituciones y emplear la fuerza militar para defender la aparición de un mercado libre, no se trata precisamente de un mercado libre, sino de un mercado donde lo primero es el capital, que lucha por defender sus propósitos donde el capital es lo primero, a pesar de la resistencia humana y económica, a pesar de las fuerzas naturales de la historia y a pesar de la lógica simple, de la lógica geográfica, de la lógica económica y de la lógica humana. Debatir los beneficios por encima de los derechos humanos es un error del estado y de la comunidad internacional, que permite que prolifere este tipo de planificación económica y que, al entrar en la geografía y la práctica europeas, está arrancando de raíz miles de años de crecimiento social en este continente.
Tengo tiempo de reflexionar sobre esto porque paso una hora y media sentado junto a esa puerta sabiendo que a unos metros se está hiriendo a gente. Reflexiono sobre ello porque, mientras estoy ahí sentado, siento que se está arrancando de raíz a la sociedad, siento que esos miles de años toman una última y dolorosa bocanada de aire. Justo ahí. Si no defendemos los derechos humanos de forma local, estamos creando un precedente, una forma de vida que implica extinguir las propias condiciones de la vida humana. Construir una jaula mortalmente matemática alrededor de nuestras democracias. Pero el que piense que hay un modelo matemático en el que esto tiene como resultado un beneficio, un beneficio real, a corto, medio o largo plazo (a cualquier plazo), debe volver un rato al colegio o a una comunidad trabajadora.
Y no, no entraron en nuestra casa. Algunas de las chicas más asustadas de dentro concluyeron que nos habíamos preocupado por nada, que todo había sido una exageración. Esta es la mentalidad de la víctima. A una anciana la golpearon y la dejaron tirada. ¿Sería la que estaba delante de nuestra casa? Seguramente no, porque no vimos ni oímos nada. Otras noches entraron en casas, golpearon a la gente. No tenemos televisión que nos confirme si eso también pasó esta noche. Nada de esto sale en la televisión nacional, y en internet se consideran sobre todo mentiras fruto de la imaginación popular, de viejos demasiado pobres o borrachos para contar la verdad o demasiado ligados a su tierra para ser sinceros.
Pero aquí no hay nada de imaginación, la violencia es muy real. A un chico discapacitado lo golpearon esa noche. Luego, lo llevaron a la comisaría, donde siguieron golpeándole. Un anciano intentó protegerlo. Fue golpeado. Estos son solo algunos casos que pudieron demostrarse gracias a los informes médicos. Pero hay muchos más. En Pungesti se ha declarado la ley marcial, o su equivalente básico rumano. La gente no puede llevar a sus vacas a pastar. Dos niños fueron golpeados por intentarlo. Ni siquiera pueden salir a sus patios, se les pide que vuelvan dentro. Es la segunda vez en dos meses que se llega a estos extremos. Pensar que tienen elección es un error.
Un ciudadano alemán que posee decenas de hectáreas de tierra en otra localidad, lejos de Pungesti, vio cómo sus terrenos eran invadidos por una empresa rumana que realiza prospecciones de gas pizarra para Chevron. Llegaron sin avisar, con seguridad extranjera, y empezaron a talar árboles y a cavar pozos en sus tierras, impidiéndole acceder a su propio terreno. Cuando llegó a Pungesti para unirse a la protesta por este tipo de abuso, le sorprendió la forma más profunda y persuasiva de violencia que pudo encontrar.
La noche siguiente estamos de vuelta en la ciudad y nos llegan cada vez más informes de violencia policial. Nuestro viaje se centra en el combustible y una mezcla de impotencia y vergüenza. Volvemos a Bucarest justo a tiempo para las protestas del día siguiente en el centro de la capital. Llegamos algo temprano, cansados, y nos tomamos un café en bar. Es un momento relajante, con abrazos. Desconecto en esta comodidad que llevaba días sin aparecer.
Diez minutos después llegamos a la protesta y me arrepiento de esa comodidad. Un policía me grita por primera vez en mucho tiempo y me siento insultado, casi herido. Así es como debe de sentirse la gente que viene a una protesta por primera vez y se me ocurre que quizá es por eso que muchos no vienen. Los antidisturbios huelen la comodidad, el compañerismo; lo huelen y le ladran. Yo me vengo arriba rápidamente y le contesto al ladrido. Luego, observo este instante un momento, esta ventana al trauma.
Nos habíamos estado burlando de la indiferencia de la mayoría de la gente que caminaba hacia el centro de Bucarest, comía salchichas y bebía cerveza, y yo había indicado que su indiferencia es solo una fachada que oculta su fragilidad, su apego a cosas no esenciales, y que este apego les mordería más adelante, duramente, cuando las cosas empeorasen. Pero este apego a la normalidad y a la alegría momentánea es también lo que los hace extremadamente vulnerables en el presente; si hay un objetivo inmediato y obvio para la represión, es este. Tus momentos buenos son aquellos a los que ladran primero, tus discretas expectativas.
Tu no violencia, si es lo que quieres, no es realmente no violencia hasta que no abandonas las expectativas de no violencia del estado. Y tu fuerza, tu violencia, si esa es tu herramienta de elección, no es realmente fuerza hasta que no aceptes de verdad el dolor de los que te rodean. Si das un empujón a un policía en una protesta, la mujer que está a tu lado también recibirá el empujón de vuelta. La línea entre violencia y no violencia es una cuerda sobre la que es peligroso pasar si no te protege el estado, y con la que es muy fácil jugar si te protege.
De momento, ya es de noche otra vez, y en el centro de Bucarest hay unas doscientas personas apiñadas, rodeadas por más policías que manifestantes. Se producen detenciones, se rompe una mano, luego una pierna, y a una chica le dan una patada tan fuerte en la ingle, que tiene que venir la ambulancia a socorrerla. Nadie ha provocado nada. La única forma en la que pueden defender sus abusos en Pungesti es con más abusos.
Dos días después es el día de los Derechos Humanos. Martes. Cientos de nosotros ocupamos la Casa Nacional del Defensor del Pueblo. El defensor del pueblo es el abogado nacional y constitucional del pueblo nombrado por el parlamento, una especie de alto funcionario con gran independencia y, si no influencia política, al menos sí social y mediática.
Pasados tan solo unos minutos, las cámaras de televisión están fuera. Se trata de la protesta más atrevida que se ha llevado a cabo en Bucarest en los últimos dos años, y se recibe con gran sorpresa. Había habido una manifestación una hora antes en otra parte de la ciudad, que se había ido disolviendo poco a poco. Finalmente, los policías abandonaron el lugar pero los manifestantes no se habían ido a casa, sino que se estaban agrupando enfrente del edificio para ocuparlo.
Lo destacado del día se convierte en nuestra imposibilidad para ir al baño. La multitud de fuera aumenta, así como el número de policías dentro del edificio. Lentamente, terminan llenando la entrada principal. Tenemos tres salas, dos de ellas llenas hasta la bandera y en otra, una oficina con cómodas sillas, es donde se está redactando la declaración de ocupación. Podrían poner fin a nuestra presencia aquí a la fuerza en cualquier momento y la declaración es todavía un lío de opiniones y gramática sin pies ni cabeza. Alguien pinta con espray en la sala central y el olor es sorprendentemente poderoso. Otro ve a los policías avanzar a trompicones por el vestíbulo y, atando cabos, rápidamente alguien grita «gas lacrimógeno», mientras cerramos las puertas de la sala donde se está terminando nuestra declaración. Poco después nos dimos cuenta de que solo era el olor del espray de pintura. No obstante, la impresión de inmediatez ha aumentado. Muchos no estaban preparados para una intervención policial y se quedaron completamente paralizados ante el olor y los gritos que anunciaban el gas lacrimógeno.
Recibimos llamadas de algunos diputados; la ley minera aún no se ha aprobado pero los procedimientos legales de voto son objeto de burla. Llegan grandes cantidades de comida del exterior, así como agua, pero los aseos siguen bloqueados por los policías, que hacían oídos sordos. Es un ardid psicológico, que ocupa la mente de la mayoría de los ocupantes. No se puede ocupar un edificio mucho tiempo si no tienes donde hacer pis.
Unos cuantos policías entraron desde una de las salas sin ocupar y empezaron a identificar a algunos ocupantes. De repente, el nombre de Mandela empezó a repetirse a voces, y todos lo coreaban llenos de ira como un mantra. Funciona, a pesar de que ese nombre parezca tan fuera de lugar aquí. El sufrimiento y los logros globalmente comercializados de un hombre de otro continente vibran en una canción de falsos matices, Mandela, Mandela, alto, resonando en las bocas de jóvenes blancos que nunca fueron a la cárcel y no son conscientes de la violencia de la lucha de Mandela, la resistencia y profundidad de ese dolor. Sin embargo, el mantra funciona.
Este nombre, infinitamente más fuerte que las consignas rumanas que se empleaban en las protestas, obliga a los policías a rendirse rápidamente. En cierto sentido, deja un mal sabor de boca, pero mágico, y trae la esencia del activismo a este remoto lugar; la mezcla de compasión infinita y poder individual, expresada de todas las maneras, con humanidad y fiereza, y una inteligencia vocal que invade a todos los presentes hasta que tu nombre cobra poder por sí mismo y tu presencia permanece de forma pacífica, hermosa, útil, tras la muerte.
Una hora después, temporalmente no sale adelante la ley minera. Consigue la mayoría en esa sesión, pero no la mayoría del número total de escaños del parlamento y, al tratarse de una ley orgánica, se necesita la mayoría absoluta. Se volverá a votar en una fecha que aún está por decidir.
El parlamento está intentando aprobar varias leyes. Una haría que todas las explotaciones de recursos mineros fuesen cuestiones de interés estratégico nacional, lo que supondría pasar por alto el derecho a la propiedad y, por tanto, el derecho a llevar una vida dentro de un continuo constitucional social sin ser dramáticamente desarraigado. La ley haría que todos los intereses industriales superasen todo lo demás, en cualquier momento y lugar. Esto crea literalmente un efecto de estado dentro de estado que deja las puertas abiertas a las empresas de gas, petróleo y oro para que creen tantos estados independientes encubiertos dentro de Rumanía como les plazca, o tantos como les permita su capital, cada uno de ellos soberano no solo de su tierra, sino también de la ley de su tierra, con el debido proceso y con un acceso de vía rápida al parlamento que no tendría parangón. No importa que el equilibrio de los recursos financieros y de abogados incline la balanza descaradamente del lado de las empresas; para qué dejar que el ciudadano de a pie llegue a los tribunales cuando se puede evitar toda la molestia de una vez y convertir las empresas de extracción de recursos en entidades súper-estados.
Cuando se juntan las expresiones «seguridad nacional», «interés estratégico» y «empresa multinacional», y se emplea este trío desde el infierno para motivar una anulación de la constitución y una burla a la ley de derechos humanos y luego se legisla para convertir esto en una ley orgánica del país, dicho país ya no es una nación soberana. Lo único que les queda a los responsables de ese país es legislar para que sus posiciones estén por encima de la ley y el saqueo infinito puede empezar de nuevo cada día siempre que esa tierra tenga gente y recursos.
Y eso es precisamente lo que ocurrió el martes. Los políticos rumanos decidieron que necesitaban una súper-inmunidad. Así que se la concedieron ellos mismos, modificando el código penal. Con la nueva ley, no es posible que se dé un conflicto de intereses para los funcionarios y los parlamentarios ya no son considerados funcionarios, siendo por tanto inmunes a las acusaciones de corrupción, abuso de poder y robo descarado de fondos públicos. Ahora también es imposible para las agencias anti-corrupción recabar pruebas criminales contra los políticos hasta que se haya hecho pública una investigación, castrando por completo a estas instituciones e inutilizándolas. Lo que aún no se ha aprobado, sobre todo por la indignación pública, pero que aún está por votar en un futuro, es una ley que ofrezca amnistía por corrupción, delitos económicos, traición y otros delitos administrativos, con penas de hasta 6 y 7 años.
Y para cuadrar estos cambios llega la restauración de una legislación simplista que criminaliza el insulto y la calumnia, lo que dificultará a partir de ahora el periodismo y el activismo serio y la presencia cívica. Tan solo un día después de que se aprobase la nueva ley de la calumnia, un periodista-activista estuvo siendo investigado por la policía por el delito de haber escrito un libro (libro preciso históricamente e inteligentemente argumentado sobre el proyecto Rosia Montana).
Todo esto sucedió de la noche a la mañana. El lunes por la noche estos gigantes que normalmente están dormidos, cuyos caminos solo se desvían del eje champán-caviar para tropezarse con el eje robo-corrupción, estos grandísimos vagos que visten orgullosos el traje y la corbata de la falta de criterio, los mismos que nunca parecen estar completamente despiertos para lograr hacer algo, sí que se quedaron toda la noche para completar los textos de tres leyes.
Se pueden sacar dos conclusiones claras. Una es que los políticos rumanos podrían fácilmente reescribir la vida contemporánea bien entrado el siglo siguiente. Podríamos tener cien años de dorados logros y una visión inigualable si estos hombres de poderosas plumas decidiesen por fin aplicar sus mentes aceradas y tenaces contra las mortíferas ruedas de la historia. Gladiadores legisladores que nunca descansan en los siete continentes.
Algo más importante es la segunda conclusión. Habría tenido que haber una amplia aprobación externa, si no una demanda firme y quizá implacable de esta conducta política anti-social y anti-constitucional. Muy probablemente, la ley minera fue encargada de forma externa (fue encargada hace un año, pero fue tal galimatías y desastre con dejes de totalitarismo, que se desvió; más tarde, se aplicó de nuevo presión externa y se reelaboró de la noche a la mañana). La ley de súper-inmunidad fue el premio que recibieron los políticos rumanos por su promulgación.
Alguien de la UE trabajó estrechamente con alguien de los Estados Unidos para que esto ocurriese. Rumanía es el laboratorio de pruebas, la Argentina europea. Rumanía es el precedente.
Aquí hay una violación inminente, suficientemente lubricada por el conjunto de militares, industria y antidisturbios. Hay que añadir los antidisturbios a ese grupo, si no, no tiene sentido en esta época. Los antidisturbios se han convertido en la cara, las manos y los pies de la industria militar y de los militares industriales. La violación anti-constitucional será muy desagradable para los residentes en zonas sin recursos subterráneos, para los activistas y después para los rumanos en general, cuando la realidad de falta de derecho, propiedad, debido proceso y conceptos como «cultura» y «sociedad» caigan sobre la mayoría de los ciudadanos.
Pero no hay que olvidar que se trata tan solo de un mero precedente para la UE. No somos griegos. Me duele decirlo, pero no lo somos. Somos grandes luchadores, fuertes, obstinados, pero esto termina cuando termina el contrato de televisión. Nuestro espíritu de lucha tan solo vale lo que se pague por entretener, y en cuanto a ser guerreros, no somos griegos. No somos españoles. Ni turcos, ni ucranianos, ni egipcios, sino que somos miembros de la Unión Europea, por lo que mientras que hasta ahora hemos sido incapaces de defender de forma efectiva nuestros derechos como nación, nos habéis dado la capacidad de crear un precedente legal, social y económico.
Para todos vosotros.
Vuestros representantes están escandalizados por la reforma legal del martes. Sí, pero ¿y sus razones ocultas? ¿Quién sabe cómo se desarrollarán esas razones el próximo año? Quizá tus políticos estén en este momento regocijándose por cómo esta democracia de marioneta puede estar simplemente jugando al caballo de Troya para toda la UE.
Eso lo convierte en tu lucha. Ahora mismo. Sí, los habitantes de Pungesti son mayores y más valientes de lo que imaginamos y sin duda merecen compasión y apoyo. Y ayuda, pero eso va más allá. Es tu batalla, y ahora mismo la están librando unos ancianos campesinos y un puñado de activistas, algunos de los cuales son más que guerreros, pero aun así, un puñado no describe lo pocos que son. Por lo que se está perdiendo tu batalla.
Ven y gánala. Va en serio, es real y es mortal. Gana esta lucha. Implícate como puedas hoy.
Luca Opea estuvo en la resistencia anti-Chevron en Pungesti, luego en las protestas de Bucarest y en la ocupación de un edificio del gobierno. Síguelo enhttps://twitter.com/LucaOprea. Aquí otros artículos de Luca.
Traducción del artículo "Fracking, Pungesti, and the Destruction of European Democracy" publicado el 13 de diciembre de 2013
Trad.: Cristina López López (crislopez488@gmail.com), miembro de Traductras/es en Acción, la red de traductoras/es e intérpretes voluntarias/os de Ecologistas en Acción