Publicado el 17
de diciembre de 2012
Por Elizabeth Royte para Food and Environment Reporting Network
Por Elizabeth Royte para Food and Environment Reporting Network
En medio del auge de la energía doméstica, el ganado de las granjas cercanas a operaciones de perforación de petróleo y gas por todo el país ha estado enfermando y muriendo discretamente. Aunque los científicos todavía tienen que aislar causa y efecto, muchos sospechan que las sustancias químicas utilizadas en operaciones de perforación y fracturación hidráulica (o fracking) están envenenando a los animales mediante el aire, el agua o la tierra.
Anteriormente este
año, Michelle Bamberger, veterinaria de Ithaca, Nueva York, y Robert
Oswald, profesor de medicina molecular en el Cornell’s College of
Veterinary Medicine, publicaron el primer y único informe revisado
por pares que sugería un vínculo entre el fracking
y la enfermedad de animales para el consumo.
Los autores
recopilaron 24 casos prácticos de granjeros de seis estados en los
que se extrae gas de esquisto, cuyo ganado experimentaba problemas
neurológicos, reproductivos y gastrointestinales agudos tras haber
estado expuestos —accidental o incidentalmente— a sustancias
químicas de fracking
presentes en el agua o en el aire. El artículo, publicado en New
Solutions: A Journal of Environmental and Occupational Health Policy,
describe cómo decenas de animales murieron en el curso de varios
años.
El número de
muertes es insignificante cuando se compara con la población de
ganado de la nación (unos 97 millones de cabezas de ganado vacuno
van al mercado cada año), pero los defensores del medio ambiente
creen que esos animales constituyen una advertencia temprana.
El ganado expuesto
«está llegando al sistema alimentario y nos parece muy
preocupante», dice Bamberger. «Viven en áreas que han dado
positivo en contaminación de aire, agua y tierra. Algunas de esas
sustancias químicas podrían aparecer en productos lácteos y
cárnicos derivados de esos animales».
- En Louisiana, 17 vacas murieron tras una hora de exposición a fluido de fracking, que es inyectado a kilómetros bajo tierra para que se fracture y libere bolsas de gas natural. La causa de muerte más probable: insuficiencia respiratoria.
- En Nuevo México, los análisis de pelos de ganado enfermo que pastaba cerca de una plataforma de pozos hallaron residuos de petróleo en 54 de 56 animales.
- En el centro-norte de Pennsylvania, 140 cabezas de ganado estuvieron expuestas a aguas residuales de fracking cuando un dique se rompió. Aproximadamente 70 vacas murieron, y el resto solo produjeron 11 terneros, de los cuales tres sobrevivieron.
- En el oeste de Pennsylvania, un hoyo rebosante de agua residual envió productos químicos de fracking a un estanque y a un pasto donde había vacas embarazadas: la mitad de sus terneros nacieron muertos. Productores lácteos en áreas de gas de esquisto en Colorado, Pennsylvania, Virginia Occidental y Texas también han informado de muertes de cabras.
Perforar y hacer
fracking
en un solo pozo requiere hasta 26,5 millones de litros de agua,
además de 1,5 millones de litros de aditivos, incluidos lubricantes,
biocidas, inhibidores de calcio y de óxido, disolventes, agentes
espumantes y antiespumantes, emulsionantes y antiemulsionantes,
estabilizantes y rompedores. En casi todas las etapas del desarrollo
y de la operación de un pozo de petróleo o gas pueden introducirse
sustancias y compuestos químicos en el medio ambiente.
Las vacas pierden
peso y mueren
Después de que se
empezara a perforar justo en la frontera de la propiedad del rancho
de Jacki Schilke, en el extremo noroeste de Dakota del Norte, en el
corazón del floreciente Bakken Shale, el ganado empezó a cojear, a
tener las patas hinchadas y a sufrir infecciones. Las vacas dejaron
de producir leche para sus terneros, perdieron de 27 a 36 kilos en
una semana y sus colas se cayeron misteriosamente. Al final, cinco
animales murieron, según Schilke.
El análisis del
aire ambiental por un consultor de medio ambiente certificado detectó
niveles elevados de benzeno, metano, cloroformo, butano, propano,
tolueno y xileno; y el análisis de los pozos reveló altos niveles
de sulfatos, cromo, cloruro y estroncio. Schilke afirma que desplazó
su rebaño contra el viento y contracorriente desde la plataforma de
perforación más cercana.
Aunque actualmente
sus novillos parecen sanos, Schilke declara: «No voy a venderlos
porque no sé si están bien».
Nadie lo sabe. Las
compañías energéticas están exentas de disposiciones clave de
leyes medioambientales, lo que hace difícil que los científicos y
los ciudadanos sepan qué hay exactamente en los fluidos o en las
emisiones del aire derivados de la perforación y del fracking.
Y sin información sobre las interacciones entre esas sustancias
químicas y las sustancias químicas medioambientales preexistentes,
los veterinarios no pueden precisar la causa de la muerte de un
animal.
Los riesgos para la
seguridad alimentaria pueden ser incluso más difíciles de analizar,
ya que las diferentes plantas y animales absorben diferentes
sustancias químicas por diferentes vías.
«Hay una variedad
de compuestos orgánicos, metales y material radiactivo [liberados en
el proceso de fracking]
que resultan preocupantes para la salud humana cuando la carne o la
leche del ganado son ingeridas», dice Motoko Mukai, un veterinario
toxicólogo de Cornell’s College of Veterinary Medicine. Esos
«compuestos se acumulan en la grasa y se excretan en la leche.
Algunos son persistentes y no se metabolizan con facilidad».
Los veterinarios
ignoran cuánto tiempo permanecen las sustancias químicas en los
animales, los granjeros no están obligados a demostrar que su ganado
está libre de contaminación antes de que los intermediarios lo
compren y el Servicio de Inspección de Seguridad Alimentaria del
Departamento de Agricultura de Estados Unidos no está buscando esos
compuestos en los cadáveres de los mataderos.
Es difícil
documentar el alcance de este problema: los científicos carecen de
financiación para estudiar el tema y los veterinarios rurales
permanecen en silencio por miedo a las represalias. Los granjeros que
reciben cheques de regalía son reacios a protestar, y los que han
llegado a un acuerdo con las compañías de gas después de un
vertido o de otro accidente tienen prohibido revelar información a
los investigadores. Algunos productores de alimentos preferirían no
saber lo que está ocurriendo, afirman ganaderos y veterinarios.
«Lleva mucho tiempo
reforzar la reputación de un rebaño», dice el ganadero Dennis
Bauste de Trenton Lake, Dakota del Norte. «Voy a vender mis terneros
y no quiero que los califiquen de contaminados. Además, no sabría
qué buscar en el análisis. Hasta que haya un gran aniquilación, un
problema mayor, no vamos a oír mucho de esto».
Los partidarios del
fracking
tachan el artículo de Bamberger y Oswald de documento político, no
científico. «Utilizaron fuentes anónimas, así que nadie puede
verificar lo que dijeron», declara Steve Everley, del grupo de
presión industrial Energy In Depth. Los autores no proporcionaron
una valoración científica de los impactos —analizando el efecto
que sustancias químicas específicas podrían tener en las vacas que
las ingieren, por ejemplo—, por lo que tratar sus descubrimientos
como científicos, continúa, «es irrisorio en el mejor de los casos
y peligroso para el debate público en el peor».
La National
Cattlemen’s Beef Association, el principal grupo de presión de los
ganaderos, no se posiciona ante el fracking,
pero algunos ganaderos están empezando a hablar. «Son conservadores
que apoyan la industria, no radicales», dice Amy Mall, analística
política del grupo medioambiental Consejo para la Defensa de
Recursos Naturales. «Son expertos en la salud de sus animales y
están muy preocupados».
El pasado marzo,
Christopher Portier, director del Centro Nacional de Salud Ambiental
de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades,
solicitó estudios sobre el impacto de la producción de petróleo y
de gas en plantas y animales destinados a la alimentación. Ninguno
figura en los planes actuales del gobierno federal.
La comida local
progresa, los consumidores desconfían
Pero los
consumidores intensamente interesados en dónde y cómo se produce su
comida no están esperando a que las evidencias les digan que su
carne o su leche son seguras. Para ellos, la percepción de la
contaminacion es tan mala como la polución real.
«Mis reses se
venden solas. Mi granja está impoluta. Pero un restaurante no quiere
visitarme y ver una plataforma de perforación en el horizonte»,
dice Ken Jaffe, que cría ganado alimentado con pasto en el norte del
estado de Nueva York. Hace poco que el movimiento de comida local ha
alcanzado una masa crítica en regiones de todo el país. Sin
embargo, los nobles ideales del movimiento podrían resultar ser, en
áreas de gas de esquisto, un arma de doble filo.
Si se levanta la
moratoria del hidrofracking
en el estado de Nueva York, el Park Slope Food Co-op, de 16 200
miembros, en Brooklyn, no seguirá comprando comida de las granjas
situadas cerca de operaciones de perforación, lo que repercutiría
en una pérdida de cuatro millones de dólares para los productores
del norte del estado. La subsistencia del granjero de cabras
orgánicas Steven Cleghorn, que está rodeado de pozos activos en
Pennsylvania, ya está en peligro.
«La gente del
mercado de productores está empezando a preguntar de dónde proviene
exactamente su comida», dice.
Publicado
originalmente en
http://thefern.org/2012/11/livestock-falling-ill-in-fracking-regions-raising-concerns-about-food/