jueves, 28 de abril de 2016

Calentamiento global: la nueva y aterradora realidad química

La definición de cambio climático no incluye, desde luego, las tan sonadas batallas políticas que tienen lugar en la superficie terrestre. En realidad, este fenómeno actúa constantemente mediante interacciones silenciosas en la atmósfera, en la que la estructura molecular de algunos gases atrapa el calor que, de otro modo, se expulsaría al espacio. Si se malinterpreta lo químico, no importa cuántos acuerdos históricos sobre el clima se firmen o cuántos discursos se pronuncien. Puede que Estados Unidos haya realizado una mala interpretación de lo químico. Una muy equivocada.


Existe un gas de efecto invernadero que todo el mundo conoce: se trata del dióxido de carbono, que es lo que se obtiene cuando se queman combustibles fósiles. Nosotros hablamos sobre un «precio del carbono» o debatimos sobre un impuesto al carbono; nuestros líderes presumen de «reducciones de dióxido de carbono». En cambio, durante las pasadas semanas, el hermano pequeño y travieso del CO2 ha protagonizado algunos titulares importantes. Te presento al metano, también conocido como CH4.

En el mes de febrero, varios investigadores de Harvard publicaron un controvertido artículo en Geophysical Research Letters. Basándose en los datos recogidos por satélite y en las observaciones a pie de campo, estos expertos concluyeron que se estaba filtrando metano en cantidades masivas a través de todo el territorio del país. Entre 2002 y 2014, los datos mostraban que las emisiones de metano del país estadounidense se incrementaron en más de un 30 %, lo que explica un grandísimo aumento del 30 al 60 % del metano en la atmósfera de todo el planeta.

Cuando nuestros líderes se han preocupado por el cambio climático, se han centrado únicamente en el CO2. En parte debido a ello, las centrales de energía térmica de carbón han empezado a cerrarse a lo largo del país. En su gran mayoría han sido reemplazadas por aquellas en las que se quema gas natural, cuyo principal componente es el metano. Como quemar gas natural libera mucho menos dióxido de carbono que quemar carbón, las emisiones de CO2 han empezado a encaminar poco a poco su tendencia a la baja, lo que hace que los políticos reciban un aplauso. En cambio, estos nuevos datos de Harvard, que surgen poco después de otras investigaciones aéreas en las que se muestra una gran filtración de metano, sugieren que nuestras nuevas infraestructuras de gas natural han supuesto una hemorragia de metano liberado a la atmósfera en cantidades récord. Cada una de las moléculas de este metano que no se quema es muchísimo más eficaz a la hora de atrapar el calor que el dióxido de carbono.

La Agencia estadounidense de protección del medioambiente (EPA, en sus siglas en inglés) insistió en que este hecho no se estaba produciendo, que el metano se encontraba en declive, al igual que el CO2. Sin embargo, parece que, tal y como algunos científicos venían insistiendo desde hace años, la EPA estaba equivocada. Tremendamente equivocada. Este error representaría el equivalente a que la Bolsa de Nueva York anunciase mañana que el índice Dow Jones no se encontraba realmente en 17 000; su software ha estado fallando y tu fondo indexado se sitúa en realidad en los 11 000 puntos.

Estas filtraciones son lo suficientemente grandes como para acabar con muchísimos de los beneficios en el cambio climático que se han conseguido gracias al trabajo del gobierno de Obama, todas aquellas minas de carbón cerradas y todos aquellos vehículos eficientes en el uso de combustible. La historia del metano es toda una contradicción de todo lo que nos hemos estado diciendo a nosotros mismos, sin mencionar lo que hemos estado contando al resto del planeta. Debilita las promesas que hicimos en las conversaciones sobre el clima en París. Es un desastre, uno que parece decidido a extenderse.

El gobierno de Obama parece estar dándose cuenta por sí solo del problema. En invierno, la EPA empezó a revisar sus cálculos sobre el metano y, a principios de marzo, Estados Unidos llegó a un acuerdo con Canadá para poner en marcha la ardua tarea de sellar algunas de las fugas de todas estas nuevas infraestructuras de gas. Pero ninguna de estas medidas llega a la raíz del problema, la rápida expansión de la fracturación hidráulica o fracking. El dióxido de carbono es el responsable de buena parte del calentamiento del planeta, pero no el único. Es el momento de tomarse el metano en serio.
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Para entender cómo hemos llegado aquí, es necesario recordar cuál es la impresión que muchas personas tienen acerca del gas natural o mesías procedente del fracking, incluidos los ecologistas. En el momento en el que George W. Bush tomó posesión del poder en Washington, el uso del carbón ascendía tanto en Estados Unidos como en el resto del globo. Barato y abundante, se trataba del negocio seguro con mayor presencia en el increíble crecimiento de la economía de China, donde, según algunas estimaciones, se abría una nueva central de electricidad térmica cada semana. El boom del carbón no solo implicaba cielos grises en Beijing; implicaba que la nube invisible de dióxido de carbono del planeta estaba creciendo más rápidamente que nunca y con ella también la confirmación del trágico calentamiento global.

De esta manera, muchísimas personas percibieron como una buena noticia que los buscadores de gas natural empezasen a expandir el fracking rápidamente durante la última década. Esta técnica implica explotar el subsuelo geológico para que así el gas pueda filtrarse al exterior a través de los nuevos poros abiertos; su refinamiento hace aflorar nuevos depósitos de esquisto a lo largo de todo el continente —el más importante de ellos es la formación Marcellus, que comprende desde Virginia Occidental hasta Pensilvania y Nueva York—. Las cantidades de gas que los ecologistas han indicado que pueden estar disponibles son tan grandes que se miden en billones de metros cúbicos y en siglos de abastecimiento.

La aparentemente buena nueva era que al quemar gas natural, este libera la mitad de dióxido de carbono que el carbón. Según este razonamiento, una central de electricidad que quemaba gas natural sería por lo tanto la mitad de perjudicial para el calentamiento global que una central eléctrica que quemaba carbón. El gas natural era también barato, así que, desde el punto de vista de un político, el fracking representaba una apuesta segura. Podías apaciguar a los ecologistas con su incesante martilleo sobre el cambio climático sin tener que correr con los gastos de la electricidad. Sería menos doloroso para el medio ambiente, el equivalente a perder peso por cortarte el pelo.

Y parecía incluso mejor que eso. Si fueras el presidente Obama y hubieras heredado una economía muerta, el boom del fracking representaría una de las pocas ventajas económicas. No solo proporcionó un empleo a muchas personas, sino que el gas natural con un precio bajo había empezado también a alterar la ecuación de la economía del país: los empleados en el sector de la fabricación estaban de hecho volviendo desde el extranjero atraídos por una novedosa y abundante energía. En su discurso sobre el Estado de la Unión, Obama declaró que los nuevos suministros de gas natural no solo perdurarían en el país durante un siglo, sino que crearían también 600 000 puestos de trabajos nuevos hasta finales de esa década. En su discurso de 2014, anunció que «los empresarios planeaban invertir casi 100 000 millones de dólares en las fábricas que usan gas natural», y se comprometió a «reducir los trámites burocráticos» para hacerlo posible. De hecho, la revolución del gas natural había supuesto un tema recurrente de su política energética, la herramienta que hizo sus restricciones del carbón agradables. Obama nunca se mostró tímido a la hora de atribuirse al menos parte del boom. La financiación pública para investigar, declaró en 2012, «ayudó a desarrollar las tecnologías que permitieron extraer todo este gas natural de las rocas de esquisto» —recordándonos que el apoyo del gobierno es crucial cuando se trata de ayudar a las empresas a extraer del subsuelo nuevas ideas energéticas—.

Obama disponía de muchísima ayuda para vender el gas natural, de la industria de los combustibles fósiles a los ecologistas, al menos durante un tiempo. Robert Kennedy Jr., que contaba con una enorme credibilidad como fundador de la organización medioambiental Waterkeeper Alliance y abogado del equipo del Consejo de Defensa de Recursos Naturales, redactó en 2009 una oda a la «revolución… Durante los dos últimos años [que] habían dejado a Estados Unidos inundado de gas natural y habían hecho posible eliminar la mayoría de nuestra dependencia del mortífero y destructivo carbón casi repentinamente». Mientras tanto, el durante tanto tiempo director ejecutivo de la organización ecologista Sierra Club, Carl Pope, no solo había aceptado 25 millones de dólares de una de las grandes empresas de fracking del país, Chesapeake Energy, para fundar su organización, sino que también había realizado apariciones en público con el director general de la empresa para pregonar las ventajas del gas, «un excelente ejemplo de un combustible que puede producirse de un modo limpio, y que no debe desperdiciarse». (parece que este director general, Aubrey McClendon, se suicidó a principios de marzo al estrellar su coche en el terraplén de un puente unos días después de haber sido acusado por manipulación de licitaciones). Exxon estaba aparentemente de acuerdo también: adquirió XTO Energy, convirtiéndose de la noche a la mañana en la mayor empresa dedicada al fracking del mundo y permitiéndose decir que estaban contribuyendo a reducir las emisiones de gases.

Por un fugaz y brillante instante, no podrías haber pedido más. Como Obama declaró en una sesión conjunta del Congreso, «el desarrollo del gas natural generaría puestos de trabajo y vehículos eléctricos, además de industrias más limpias y con costes menores, lo que demuestra que no hemos tenido que elegir entre nuestro medioambiente y nuestra economía».

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A no ser que, por supuesto, dé la casualidad de que vivas en una zona en la que se practica el fracking, lugar en el que las pesadillas acaben de empezar a desatarse. En las últimas décadas, la mayoría de exploraciones de petróleo y gas estadounidenses se han concentrado en el Oeste del país, a menudo alejadas de los sitios habitados. Cuando se daba algún problema, los políticos y los medios de comunicación de estos estados les prestaban un poco de atención.
Por el contrario, la formación Marcellus se encuentra debajo de uno de los estados del Este con mayor densidad de población. No hace mucho que historias sobre la contaminación de las tierras de cultivo y del agua potable debidas a los químicos empleados en el fracking han empezado a aparecer en los medios nacionales. En el valle Delaware, después de que una empresa intentara alquilar su granja familiar, un joven director llamado Josh Fox produjo uno de los documentales sobre medioambiente que se convirtió en un clásico, Gasland, el cual se hizo famoso enseguida por su escena de un hombre prendiendo fuego al metano que salía de su grifo de agua.

Esta denuncia ayudó a impulsar un movimiento al principio pueblo por pueblo, después estado por estado y poco después en regiones enteras. El activismo tuvo su mayor auge en Nueva York, donde los habitantes podían mirar a lo largo de la frontera con Pensilvania y ver los estragos que el fracking ocasionó en la naturaleza. Cientos de grupos siguieron ejerciendo la misma presión que acabó convenciendo al gobernador Andrew Cuomo para prohibir la fracturación hidráulica. Antes de que esto sucediera, los grupos de ecologistas más importantes se retractaron bastante de su anterior apoyo al fracking: el nuevo director ejecutivo de Sierra Club, Michael Brune, no solo devolvió los 30 millones de dólares de posibles donaciones de empresas dedicadas al fracking, sino que se volvió totalmente contrario a la práctica. «El club tiene que… Defender con más fuerza el menor uso posible del gas», declaró. «No vamos a callarnos en lo que se refiere a esto». En cuanto a Robert Kennnedy Jr., ya en 2013 se refería al gas natural como una «catástrofe».

Por último, puede que uno de los resultados más importantes del movimiento contrario al fracking haya sido el hecho de que consiguiera llamar la atención de un par de científicos de la Universidad de Cornell. Robert Howarth y Anthony Ingraffea, quienes vivían en el extremo norte de la formación Marcellus, se interesaron por las protestas. Mientras el resto de personas se centraban solo en los problemas a nivel local —¿Se habrán introducido los químicos del fracking en el suministro de agua?—, ellos decidieron indagar más detalles sobre una pregunta a la que nunca se había prestado mucha atención: ¿Cuánto metano se estaba filtrando sin que nos diéramos cuenta debido a estas maniobras del fracking?

Porque he aquí el lado desafortunado del metano: aunque al quemarse solo produce la mitad de dióxido de carbono que el carbón, si no se hace esto —si pasa al aire antes de poder capturarse en una tubería o se escapa a cualquier otro sitio durante su camino hasta una central de electricidad o su horno—, retiene el calor en la atmósfera con una eficacia mayor que la del CO2. Howart e Ingraffea empezaron a redactar una serie de artículos en los que denunciaban que incluso con que un pequeño porcentaje del metano se filtrara, quizás tan insignificante como un 3 %, el gas procedente de estas prácticas dañaría el clima más  que el carbón. Sus primeros datos mostraron que las tasas de filtración podrían alcanzar por lo menos dicho límite, y que, de hecho, alrededor de un 3,6 % y 7,9 % del gas metano procedente de las tareas de perforación de esquisto se escapaba a la atmósfera.

Decir que nadie con poder quiso escuchar estos datos se habría quedado corto. La industria atacó directamente a estos dos científicos; un grupo comercial denominó a su estudio «el último ataque gratuito de la torre de marfil a la exploración del gas de esquisto». La mayoría de los negocios energéticos compartieron esta declaración. Un equipo del MIT, por ejemplo, acababa de terminar un informe financiado por este sector en el que se descubrió que «el impacto medioambiental del desarrollo del esquisto constituía un desafío, pero que se podía manejar»; uno de sus principales autores, un experto en energía de esta institución, Henry Jacoby, declaró que la investigación de la Universidad de Cornell era «muy pobre». Otro de sus autores, Ernest Moniz, tomaría pronto el mando de la cartera de Energía de Estados Unidos; en sus audiencias públicas del año 2013, alabo el «increíble crecimiento» del gas natural como una «revolución» y se comprometió a aumentar su uso doméstico.

El problema para el establecimiento del fracking era que la nueva investigación seguía dando la razon a Howarth e Ingraffea. En enero de 2013, por citar un ejemplo, los vuelos aéreos sobre las cuencas de Utah en las que se practicaba el fracking descubrieron tasas de fugas de hasta un 9 %. «Esperábamos encontrar mayores niveles de metano, pero no creo que nadie pueda realmente hacerse a la idea de la verdadera magnitud de lo que vimos», declaró el responsable del estudio. En cambio, este trabajo no representaba más que un fragmento, una sola área en un determinado momento, mientras que otros estudios —a menudo realizados con los datos proporcionados por el sector— presentaban unos números menos elevados.


Esta es la razón por la que el estudio de la Universidad de Harvard del pasado mes nos hizo quedarnos atónitos. En él se emplearon datos de un satélite que había recorrido durante más de diez años todo el país para demostrar que las emisiones estadounidenses de metano se habían disparado un 30 % desde 2002. La EPA había estado insistiendo durante dicho periodo en el hecho de que las emisiones de metano estaban descendiendo, pero este dato resultaba obviamente incorrecto —a gran escala—. De hecho, las emisiones «son considerablemente mayores de lo que teníamos entendido», admitió a principios de marzo la administradora de la EPA Gina McCarthy. El estudio de Harvard no tenía como objetivo mostrar por qué las emisiones estadounidenses de metano estaban aumentando. En otras partes del globo, como una nueva investigación aclara, el ganado y los pantanos parecen ser las responsables de la aceleración de estas emisiones. Sin embargo, el drástico aumento que los satélites registraron coincidía casi perfectamente con la época de auge del fracking.

Para empeorar las cosas, durante ese periodo de tiempo los expertos se preocupaban cada vez más de los efectos del metano en la atmósfera sin importar cuál fuera la cantidad. Todo el mundo coincidía en que cada molécula de metano retenía mucho más calor que el CO2, pero no se sabía exactamente cuánto. Una de las razones de que las estimaciones de la EPA sobre las emisiones de gases de efecto invernadero experimentara tal aumento era que, siguiendo procedimientos estandarizados, la agencia estaba asignando un valor bajo al metano, así como midiendo su impacto a lo largo de un periodo de 100 años. Por el contrario, una molécula de metano permanece solo durante unos 20 años en el aire comparado con los siglos del CO2. Esto son buenas noticias, ya que los efectos del metano son pasajeros —y muy malas noticias porque ese efecto pasajero pero intenso se está produciendo justo ahora, momento en el que destruimos el clima del planeta—. La vieja química de la EPA y la franja de 100 años asignó al metano un poder calorífico de 28 a 36 veces mayor que el del dióxido de carbono; un dato más preciso, en palabras de Howarth, se situaría en torno a potencia entre 86 y 105 veces superior a la del CO2 durante los próximos diez o veinte años.

Si combinas las estimaciones de Howarth sobre las tasas de fuga y los nuevos valores estándar del potencial del metano para retener el calor, la imagen del total de emisiones de gases de efecto invernadero de Estados Unidos varía mucho: en lugar de alcanzar su máximo en 2007 y disminuir posteriormente como la EPA había mantenido, el conjunto de emisiones de metano y dióxido de carbono se ha disparado cada vez más durante el gobierno de Obama, según la declaración de Howarth. Se han cerrado centrales de carbón y se han abierto fugas de metano, y el resultado es que el panorama ha empeorado.

Cuando Howarth se convirtió en un enemigo público del fracking, llevé los datos de Harvard al especialista en políticas climáticas Dan Lashof para que pasaran por un árbitro completamente objetivo. Doctor por la Universidad de California en Berkeley y anteriormente miembro de los círculos más próximos a las políticas climáticas desde casi sus inicios, Lashof había colaborado en la redacción de informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático y esbozado el plan del gobierno de Obama para acabar con la contaminación de las centrales de carbón. El durante tanto tiempo cabeza del Programa de Aire Limpio en el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales ahora es funcionario responsable de operaciones de la organización NextGen Climate America del multimillonario Tom Steyer.

«El artículo de Harvard es importante», afirma Lashof. «Son los datos nuevos más convincentes que he visto en los que se muestra que las estimaciones de la EPA sobre las tasas de fugas de metano son mucho más bajas. Creo que este artículo señala que las emisiones de gases de efecto invernadero de Estados Unidos pueden haberse incrementado en los últimos diez años si te centras en el conjunto de impactos en el calentamiento a corto plazo».

Según el peor de los escenarios, aquel en el que se presume que el metano es extremadamente potente y rápido, Estados Unidos ha aumentado solo ligeramente sus emisiones de gases de efecto invernadero de 2005 a 2015. Esto es lo que representa el gráfico que aparece abajo: la línea azul muestra lo que los estadounidenses nos hemos estado contando a nosotros mismos y al mundo sobre nuestras emisiones, que están descendiendo. La línea roja, los cálculos del peor de los casos obtenidos a partir de los nuevos números, muestra todo lo contrario.

Lashof sostiene que debe hacerse una lectura más moderada de los números (calcular, por ejemplo, el impacto del metano a lo largo de 50 años). Pero incluso esta estimación, una en la que se atribuye una menor liberación de metano al fracking, borra tan solo tres quintas partes de las reducciones de gas que Estados Unidos ha estado atribuyéndose. Esta revisión más modesta está representada en el gráfico por la línea amarilla; en ella se muestra que el país ha reducido sus emisiones de gases de efecto invernadero, pero que por ahora no estamos tan cerca de lo que se había pensado.




El trazo de las líneas es probablemente menos regular que el recogido en las gráficas; otros estudios aportarán más detalles llegando incluso a transformar los cálculos. Sin embargo, cualquier lectura de los nuevos datos ofrece una versión muy diferente de nuestra historia reciente. Entre otras cosas, cualquiera de las situaciones reduce las cifras que los estadounidenses han negociado en el acuerdo de la cumbre del clima en París. Es más decepcionante que el hecho de haber descubierto el año pasado que China había subestimado su uso de carbón, puesto que ahora parece que el país chino está recortando drásticamente el uso de este material. Si los datos de Harvard sientan ejemplo y continuamos realizando prácticas de fracking, será casi imposible que para el año 2025 Estados Unidos alcance su meta prometida de un 26 a un 28 % de reducción de gases de efecto invernadero teniendo en cuenta los niveles de 2005.



Una conclusión evidente que surge a raíz de los nuevos datos es que necesitamos actuar con determinación para sellar tantas fugas de metano como sea posible. «El mayor asunto pendiente del gobierno de Obama es establecer normas estrictas acerca de las emisiones de metano de los [pozos y lugares de perforación] existentes», señala Lashof. Se trata de la tarea que Obama y el primer ministro canadiense Justin Trudeau prometieron abordar en su cónclave de marzo —aunque llegado el momento le toca a la EPA redactar el borrador de las nuevas normas, es probable que sea mucho después de la marcha de Obama cuando algo suceda, y el sector de los combustibles fósiles ha prometido rebatir la nueva legislación—.

Además, es más fácil hablar de frenar las fugas que hacerlo; después de todo, el metano es un gas, lo que implica que es difícil evitar que se escape. Teniendo en cuenta que el metano es invisible e inodoro (las máquinas inyectan un químico independiente para concederle un olor distintivo), se necesitan sensores especiales incluso para las fugas que pueden medirse. Las catastróficas explosiones como la recientemente ocurrida en Porter Ranch en California liberan mucho metano en el aire, pero incluso estos incidentes son de menor importancia comparados con el flujo de millones de tuberías, soldaduras, codos o válvulas ubicadas a lo largo de todo el continente —en especial las de aquellas relacionadas con operaciones de fracturación hidráulica, los cuales implican la voladura de rocas para crear grandes poros que constituyen puntos de fuga—. Un equipo del gobierno canadiense examinó el conjunto del proceso hace un par de años y obtuvo conclusiones desesperanzadoras. Naomi Oreskes, miembro de este equipo, invita a reflexionar sobre el sellado con cemento de las tuberías de perforación: «Suena a que debe ser fácil sellar con cemento, pero la frase en la que nos quedamos es “un desafío de la ingeniería sin resolver”. El problema técnico es que cuando introduces cemento en un pozo y el material se solidifica, se encoge. Puedes tener agujeros en el cemento. Todos los pozos presentan fugas».

Con esto en mente, la otra conclusión que se vierte de los nuevos datos resulta incluso más obvia: necesitamos frenar la industria del fracking inmediatamente, en Estados Unidos y en el resto del mundo. Howard afirma que incluso teniendo en cuenta los números optimistas de que todas las posibles fugas se sellasen, las emisiones de metano seguirían aumentando si continuamos con el fracking.


Si no realizamos estas fracturaciones hidráulicas, ¿qué haríamos en su lugar? Hace diez años la alternativa realista la constituían el gas natural y el carbón. Pero esta alternativa ya no es apropiada: durante esos 10 años, el precio de un panel solar ha caído al menos un 80 %. Los nuevos inventos, como las bombas de calor con fuente de aire, las cuales emplean el calor presente en el aire para calentar o enfriar hogares, y las baterías de almacenamiento de electricidad, están disponibles. Hemos alcanzado el punto en el que Dinamarca es capaz de generar el 42 % de su energía a partir del viento y en el que Blangladesh está planeando poner paneles solares en todas las ciudades del país en los próximos cinco años. Dicho de otra manera, hemos llegado al punto en el que la idea del gas natural como un «combustible puente» a un futuro renovable es un eslogan de marketing y no una demanda realista (incluso si esa es precisamente la frase que Hilary Clinton utilizó para defender el fracking en un debate a principios de marzo).

Uno de los efectos adversos del boom del fracking que plantea más problemas es, de hecho, que la expansión del gas natural ha recortado el mercado de lo renovable, impidiéndonos instalar molinos de viento y paneles solares a su debido ritmo. Joe Romm, un analista climático del Center for American Progress, ha estado siguiendo más de cerca que nadie la pista de numerosos estudios económicos. Romm señala que incluso aunque se redujesen las tasas de filtración de metano a cero, el gas procedente de esta práctica (el cual debes recordar que es el responsable de un 50 % del nivel de CO2 emitido por el carbón al quemarlo) ayudaría un poco a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, puesto que sería reemplazado en su mayoría por energía verdaderamente limpia. En 2014, un fórum en Standford reunió a más de una docena de equipos de expertos, cuyos modelos mostraron que cuanto más se retrasase un futuro sostenible barato, más abundante sería el gas. «Acabar con las emisiones de gases de efecto invernadero quemando gas es como estar a dieta y comer galletas con chocolate bajas en grasas», explicó el principal investigador de este fórum. «Si realmente quieres perder peso, probablemente tengas que evitar cualquier tipo de galletas».

Por supuesto, si eres una empresa de galletas, esto no es lo que quieres escuchar. Los Exxons tienen más de un hilo político que los Keeblers. Por mencionar solo un pequeño ejemplo, quien posteriormente se convertiría en vicesecretaria de Energía y Cambio Climático, Heather Zichal, dirigió durante su primera legislatura un grupo de trabajo que actuó en varias agencias con el objetivo de promocionar el desarrollo del gas natural destinado al uso doméstico. El grupo de trabajo se había formado por la presión del Instituto estadounidense del Petróleo, el lobby más importante del sector del combustible, y Zichal declaró en un discurso de una reunión de este instituto lo siguiente: «Es difícil sobrestimar cuánto gas natural, o nuestra habilidad para acceder a las cantidades más grandes jamás alcanzadas, se ha convertido en un factor de cambio del juego, y por ello se ha instalado en la estrategia de energía de "un poco de todo” del presidente». Zichal dejó su cargo en la Casa Blanca en 2013, y un año después, consiguió un nuevo puesto de trabajo en la junta directiva de Cheniere Energy, un exportador líder de gas extraído a partir del fracking. En este puesto en el que ganaba 180 000 dólares al año, se unió al anterior jefe de la CIA John Deutch, quien había dirigido una revisión del Departamento de Energía sobre la seguridad de la práctica del fracking durante los años de presidencia de Obama, y a Vicky Bailey, una comisaria de la Comisión Nacional de Regulación de la Energía durante el mandato de Bill Clinton. Así es como funciona.

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Existe un número que suaviza de modo alarmante los datos de Harvard obtenidos con los satélites: el tremendo y nuevo incremento de metano procedente de Estados Unidos constituye alrededor de entre un 30 y 60 % del aumento de emisiones globales de este gas durante los últimos diez años. Dicho de otro modo, el porcentaje relativamente pequeño de superficie de la Tierra conocido como Estados Unidos es el responsable de casi todo (si no la mayoría) del aumento drástico del metano en la atmósfera en todo el mundo. Otro modo de decirlo es la siguiente: EEUU es el único que ha explotado a gran escala el fracking. Durante este siglo el país ha sido líder mundial en la era del gas natural, lo que hizo que liberara más dióxido de carbono en la atmósfera del siglo XX que cualquier otro país. Así que, gracias a Dios, ahora que sabemos que existe un problema, podemos advertir al resto del planeta antes de que se hundan en el mismo camino.

Si no fuera porque los estadounidenses estamos haciendo todo lo contrario. Nos hemos convertido en los comerciantes de gas natural del planeta —y un jugador clave a este nivel podría convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos—. Cuando Hillary Clinton tomó el control del Departamento del Estado, estableció un brazo especial, la Oficina de Recursos Energéticos, después de consultarlo de cerca con los ejecutivos del petróleo y el gas. Esta oficina de 63 empleados ayudó enseguida a financiar conferencias por todo el mundo. Mucho más que eso: los documentos diplomáticos desvelados por WikiLeaks mostraron que la secretaria del Estado estaba básicamente actúando como intermediaria de cara a la industria del gas de esquisto, enredando los brazos de los líderes mundiales para asegurarse de que las grandes empresas estadounidenses practicasen la fracturación hidráulica a voluntad.

Por mencionar solo un ejemplo, un artículo publicado en la revista Mother Jones que se basaba en los documentos de WikiLeaks revela lo que pasó cuando el fracking llegó a Bulgaria. En 2011, el país firmo un acuerdo de 68 millones de dólares con Chevron, cediendo a la empresa millones de hectáreas en concesiones de gas de esquisto. La población búlgara no estaba contenta: cientos de ciudadanos se echaron a las calles de Sofia con pancartas en las que se leía «Stop Fracking With Our Water» . En cambio, cuando en 2012 Clinton acudió al país para una visita de estado, se puso del lado de Chevron (uno de sus ejecutivos había donado una gran cantidad de dinero para su campaña presidencial en 2008). De hecho, los documentos filtrados muestran que el principal tema de las reuniones de la secretaria con los líderes búlgaros era el fracking. Clinton se ofreció a que volaran al país europeo los «mejores especialistas de estas nuevas tecnologías para que presentasen los beneficios a la población búlgara», y envió a su mensajero eurásico de la energía Richard Morningstar para que ejerciera presión contra la prohibición del fracking en la vecina Rumanía. De momento, ganaron aquellas batallas —y, a día de hoy, el Departamento de Estado proporciona «asistencia» en lo que se refiere al fracking a decenas de países de todo el mundo, desde Camboya a Papúa Nueva Guinea—.

Así que si Estados Unidos atraviesa una etapa terrible siguiendo la pista de sus fugas de metano y sellándolas, imagínate cómo les va a los búlgaros. Si Canadá estima que las fugas selladas constituyen un «desafío de la ingeniería sin resolver», imagínate cómo se las va a apañar Camboya. Si el Departamento del Estado se sale con la suya, en unos cuantos años los satélites de Harvard no pararán de contabilizar pozos surtidores de metano.

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Por supuesto, podemos —y quizás deberíamos— perdonar todo este pasado. La información sobre el metano es relativamente nueva; cuando Obama, Clinton y Zichal empezarón a apoyar el fracking, no tenían ni idea de ello. Podrían haber reculado algo más temprano, como Kennedy o Sierra Club. Pero lo que hagan ahora será decisivo.

Existen unas cuantas señales esperanzadoras. Clinton ha calmado al menos su entusiasmo por el fracking en algunos de los últimos debates, enumerando varios requisitos en los que insistiría de ahora en adelante para aprobar nuevos proyectos; Benie Sanders, por el contrario, ha solicitado una suspensión de las nuevas perforaciones de fracking. Sin embargo, Clinton sigue mezclando y confundiendo la química de los GEI: en un documento expositivo publicado recientemente declara que el gas natural ha ayudado a que las emisiones de dióxido de carbono «alcanzaran su nivel más bajo en 20 años». Parece que a muchos de los que se encuentran en el poder les gustaría seguir adelante con la revolución del fracking, si bien lo harían con un poco más de cuidado.

De hecho, el mes pasado Cheniere Energy envió la primera carga de gas estadounidense al otro lado del océano desde su nueva terminal de exportaciones ubicada en Sabine Pass, Luisiana. Cuando el barco zarpaba, la vicepresidenta de marketing de Cheniere, Meg Gentle, señaló al sector y a las autoridades del Gobierno que el gas natural debería reetiquetarse como una energía renovable. «Reto a todos los aquí presentes a acotar de nuevo el debate y asegurarnos de que el gas natural se integra en una categoría de energía limpia, no en la categoría de combustibles fósiles, la cual se considera sucia y no forma parte de la solución», declaró. Pocos días después, el jefe de relaciones públicas de Exxon escribió un artículo en Los Angeles Times en el que se enorgullecía de que la empresa hubiera resultado «crucial en la revolución estadounidense del gas de esquisto», y que como resultado, «las emisiones de gases de efecto invernadero de Estados Unidos se hubieran reducido a niveles que no se alcanzaban desde 1990».

Los nuevos datos demuestran que estaban totalmente equivocados. La lucha del calentamiento global ya no puede librarse solo en el terreno del dióxido de carbono. Aquellos ecologistas que actuaban a nivel local, de Nueva York a Tasmania, y que se las habían apañado para que se pusieran en vigor prohibiciones del fracking están haciendo tanto por el clima como lo que hacen por su propia agua limpia. Esto se debe a que los combustibles fósiles son el problema del calentamiento global; los combustibles fósiles no se «fabrican» con buenos o malos sabores. El carbón, petróleo y gas natural tienen que dejarse en el suelo. Todos ellos.



Traducción del inglés al español realizada por Ana Rubio Ruiz, miembro de Traductores en Acción, la red de traductores e intérpretes voluntarios de Ecologistas en Acción.